Primera Lección Magistralde la Cátedra UNESCO de Educación para la Paz

A la Universidad desde la cárcel: Historia de un atrevimiento

Dr. Fernando Picó, S.J.
Catedrático Departamento de Historia
Facultad de Humanidades

El anhelo más constante de los puertorriqueños es la paz social. Según distintas encuestas, este anhelo se presenta bajo diversas figuras: ansiedad por la criminalidad, rechazo a la cultura de las drogas, preocupación de la corrupción en el gobierno, aspiración por la seguridad de un empleo y de una vivienda, afirmación de la utopía de una sociedad de oportunidades niveladas. En el imaginario de la persona de la calle, el Puerto Rico ideal que se conjuga en estas visiones se instrumenta con un gobierno fuerte, que lleve a cabo su agenda social sin cortapisas. Entre esa sociedad sin violencia a la que se aspira y la realidad vigente media siempre la constatación de que el país no puede lograr sus metas, porque las fuerzas de la criminalidad y de la corrupción siempre son superiores a las del país.

El Estado insuficiente

Por razones históricas, el Estado en Puerto Rico ha sido incapaz de abarcar la totalidad de su territorio y de garantizar la paz social. En una época la causa fue la falta de comunicaciones de una población desperdigada por las montañas, las lomas y los valles del interior. En otra época, la razón era la multitud de poderes locales que mediatizaban la autoridad y se interponían entre el Estado y los habitantes de Puerto Rico. En tiempos más recientes, la mayor parte de los mediatizadores tradicionales han desaparecido, y con la desaparición de estos controles locales han proliferado mil formas individuales y familiares de autarquía y de ilegalidad, todas ejercidas en resistencia a cualquier intento de reimponer viejos o nuevos controles políticos.

En su tarea de garantizar la paz social, el Estado en Puerto Rico ha estado falto de suficientes apoyos sociales. Parte de la razón ha sido la renuencia a apoyar unos engranajes políticos que no correspondían a un proyecto propio, sino a intereses metropolitanos que muchas veces andaban en desfase con las realidades de la isla. De San Juan han salido multitud de leyes, edictos, circulares, bandos, ordenanzas, reglamentos, instrucciones y procedimientos que las más veces no han logrado nada más allá de una observación formal y breve. Los textos perentorios no han faltado, y siempre ha habido autoridades locales que han asegurado, con muchas sonrisas y asentimientos de cabeza, que se ha cumplido la orden. Pero pese a las leyes de Indias, al directorio del gobernador Muesas, a las circulares del siglo XIX y a los estatutos del XX, había inmigrantes franceses, ingleses, italianos e irlandeses, en una época en que la isla estaba reservada para los sujetos del rey de España; había desertores, polizontes, cimarrones y fugitivos a granel; se bailaba sin pagar el peso de la licencia exigida por el gobernador de la Torre, se transitaba de pueblo en pueblo sin cédula, se expendía ron y tabaco sin los debidos permisos, y ningún gobernador norteamericano pudo acabar con el alcohol y las peleas de gallo. Más cerca de nuestros tiempos, la batalla del Estado por lograr que todos empuñen los debidos certificados, licencias y títulos siempre ha quedado a medio ganar. El empeño del Estado por acabar con el consumo de sustancias controladas, por eliminar las armas no inscritas y por ponerle fin a la lucha fratricida que cada año cobra cerca de mil vidas no produce los resultados deseados. En cada tornante de su historia el Estado en Puerto Rico se ha manifestado como débil e insuficiente para cumplir las tareas básicas de su encomienda.

Porque es débil, el Estado está sujeto a la corrupción en casi todos los niveles de la vida pública. Desde las igualas opulentas y los contratos suculentos que atentan contra el erario público hasta las corruptelas de policías y empleados del gobierno hay un panorama desolador de los que se lucran de su parcela de poder estatal. Los sueldos insuficientes y las condiciones de trabajo onerosas se compensan con las migajas de regalía que dejan caer los que se aprovechan de la debilidad del Estado. El soborno, la propina, y el regalo obtienen la información, la dispensa, la alteración y el cambio en planes que producen el lucro deseado. La ventajería, el abuso de poder, la discriminación política y el chantaje hacen mella en la efectividad del Estado en implantar su política social.

Esa vulnerabilidad del Estado a la corrupción mina su capacidad de garantizar los derechos y la igualdad de oportunidades de sus ciudadanos. La falta consecuente de oportunidades justas de educación, vivienda, seguridad personal, y empleo genera el cinismo entre los jóvenes, que no encuentran horizonte para sus expectativas de una vida digna. Por eso muchos se enajenan o se refugian en los enclaves de la ilegalidad, y desde los baluartes de las gangas y las mafias hacen inseguras nuestras calles, intranquilas nuestras escuelas y tormentosas nuestras relaciones sociales. Un Estado que está sujeto a fuerzas económicas egoístas que corrompen su misión no puede asegurar la paz social.

Pero el Estado pretende pacificar. Ante el fenómeno de la violencia social, el Estado teatraliza su poder. Lo que no puede lograr convenciendo las mentes, lo intenta exacerbando las imaginaciones. De ahí esos enormes despliegues de helicópteros, luces, camiones blindados y armas largas con que se ha entrado en los residenciales en horas de la madrugada. De ahí esos fabulosos operativos contra las drogas en los que no siempre se llevan órdenes de allanamiento, ni se respeta la dignidad de las personas, ni se justifica el resultado de la movilización de tanta gente. En su obsesión inquisitorial por eliminar las drogas el Estado evoca aquella iglesia del siglo 13 que por salvar las almas entregaba los cuerpos de sus fieles a las llamas. El ejercicio teatral de la ilegalidad conlleva la debilitación de las responsabilidades constitucionales y pone en entredicho la credibilidad de las instituciones públicas.

El teatro de la mano dura no ha sido suficiente para garantizar la paz pública. Al revés, el público lo que ha visto es la vigencia de dos varas de medir. Para el pobre en la calle, el amedrentamiento, el registro, los golpes, las condenas matusalénicas. Para los príncipes de la corrupción, las vistas judiciales suspendidas, la falta de pruebas, la exoneración de cargos. Para unos los fiscales amenazantes ultra vires, para otros las sentencias suspendidas, las renuncias protocolarias, el beneficio de la duda. Robar 30 dólares una noche en una farmacia resulta más penalizado que desvalijar la legislatura, una agencia o un municipio por ocho años. ¿Cómo, entonces, le pedimos a los jóvenes que obedezcan las leyes, respeten a las autoridades y jueguen el juego de las observancias?

Respuestas desde la sociedad civil

Ante este panorama es obvio que no podemos esperar sólo del Estado la garantía de la paz social. La sociedad civil debe aportar sus fuerzas para promover la tranquilidad pública. ¿Qué resortes deben tocar las instituciones no gubernamentales y las personas que aspiren a construir la paz social?

Conocer

En primer lugar, es necesario que conozcamos las raíces más profundas de la violencia. En Puerto Rico, se ha trivializado el conocimiento científico de los conflictos y las solidaridades sociales. La criminalidad se ha convertido en materia de entrevistas a reinas de belleza y campeones de paso fino. Los arranques teatrales en la manipulación de la opinión pública han malbaratado el conocimiento acumulado de nuestra realidad. Se ha simplificado sobremanera el origen de nuestros males sociales y se ha desdeñado el aporte serio de la investigación social. En nombre de campañas moralizantes se ha procurado reducir oportunistamente la totalidad de las causas de la violencia a algún emblema de la enajenación o de la atomización social. Los narcóticos y las drogas ilegales, la televisión, los recién llegados de afuera, la música más novedosa, los comediantes más irreverentes, la disidencia más visible han sido una y otra vez demonizados en nombre de la paz social. Se ha pretendido ver en la erradicación o el silenciamiento de estas transgresiones o de estos emblemas el logro de los afanes por la tranquilidad pública. Como dice uno de los personajes de Tácito en el Agrícola, "hacen un desierto y lo llaman paz".

Entre los componentes de la sociedad civil la universidad es la institución mejor dotada para promover el estudio a fondo de las raíces más profundas de nuestra violencia colectiva. La investigación interdisciplinaria, el análisis y la discusión mesurada, la publicación y divulgación sostenida de los hallazgos posibilitan el avance en nuestro entendimiento y manejo de las manifestaciones antisociales más acuciantes. Una sociedad que ha padecido la esclavitud y el agrego, la explotación y el discrimen, la falta de oportunidades y la humillante condescendencia de los poderosos no puede esperar que estas taras históricas no tengan consecuencias. El cambio social siempre ha cobrado un precio, pero la inmovilidad y el estancamiento económico han recargado el suyo con intereses.

El territorio abierto a la indagación sistemática de nuestra sociedad es inmenso, complejo, retante, apasionante. ¿Qué mejor servicio le puede rendir un universitario a nuestro pueblo que el dedicarse al estudio pormenorizado de nuestras realidades? Allí donde está el nudo de la discusión competente, el límite de la frontera misma de la investigación, donde la imaginación compite con la teoría para establecer el patrón, en la tierra de nadie de las experiencias soslayadas a la discusión, allí donde el país padece, estamos invitados a servir, con tesón y sacrificio, los antropólogos, economistas, psicólogos, sociólogos, historiadores, lingüistas, filósofos, teólogos, artistas, cuentistas y críticos literarios, planificadores, investigadores de la pedagogía, de la administración pública, del trabajo social, criminólogos, penólogos, arquitectos, teóricos de las comunicaciones, de la política, de las leyes y de la salud pública. ¿Qué mejor sitio que la universidad para reunir los talentos del país en trabajos conjuntos por el conocimiento preciso e iluminador que nos libere del miedo, el tedio, el prejuicio y el dolor?

Educar

Mientras la universidad se empeña en conocer las fibras conductoras de la violencia, otros sectores de la sociedad civil se afanan por preparar a las próximas generaciones a afrontar sus responsabilidades sociales. Una de las tareas más apremiantes es la educación para la paz. Hay que contrarrestar la constante promoción, consciente e inconsciente, de la violencia como solución a todos los tranques de la vida. En Puerto Rico, se ha padecido de la glorificación indiscriminada de los violentos. ¿Por qué la abrumadora mayoría de los delitos de homicidio, agresiones y vandalismo son rutinariamente atribuidos a hombres? ¿Por qué abundan entre nosotros esos delitos? ¿No será que en nuestra paideia colectiva le atribuimos excesiva atención al despliegue de los atributos tradicionales de la virilidad? ¿No premiamos constantemente a los violentos? ¿No hemos construido una pirámide de valores en la que la listería, el alarde, la bravuconería y la imposición por la fuerza figuran como atributos de la virilidad, y ser masculino ha venido a ser representado como ser ajeno al sufrimiento de los otros, indiferente a las necesidades de llevar a cabo las tareas domésticas, depredador en el desarrollo de las relaciones interpersonales, y sujeto a las exigencias de un código de honor que hace de la mujer una posesión exclusiva? ¿Quién promueve esta paideia , quién la sostiene, para que cada generación incida a su vez en la triste exhibición de hombría que tiene que ser validada por comportamientos agresivos y egoístas?

La ritualización de la violencia en el deporte

Miremos a nuestro alrededor y veremos que las actividades más inocentes han sido contaminadas por la paideia de la violencia. Tomemos el deporte, por ejemplo. No es el ingenio, no el juego en equipo, no la perseverancia y la capacidad lo que se admira, sino la agresividad y el logro en solitario, el atropello y la humillación del otro. El boxeo, de ser un arte, ha pasado a ser un espectáculo de sangre y brutalidad en donde el ejecutivo encorbatado puede soltar sus hostilidades y sus resentimientos en el desenfreno de sus gritos. Una sociedad que pilla tras las rejas a quien altera la paz de las calles, colma de adulación a los que aporrean a sus semejantes para beneficio de unos cuantos especuladores. Pobres púgiles retratados en compañía de sus manejadores millonarios aparecen un día en la página deportiva para luego estar décadas en la lista de receptores de la caridad pública.

Todo se le ha dado al deporte en Puerto Rico en estas últimas décadas y nada se le ha exigido. Si por cada cien canchas de baloncesto hubiera una biblioteca pública pasaríamos como la sociedad más ilustrada del hemisferio. Pero si hemos logrado una estructura física impresionante para los deportes, poco hemos logrado en promover el compañerismo, la colaboración, el trato afable, la consideración, la equidad, la disciplina personal y la paciencia entre los deportistas para quienes tantas facilidades se han creado. ¿Quién no conoce la violencia que acompaña los partidos entre equipos de pueblos, escuelas o clubes? Folclorizar las pedreas, los batazos, los arrebatos de improperios y las intervenciones de la fuerza de choque en los finales de juego no es contribuir a humanizar el deporte. Mucho pueden hacer los cronistas y los comentaristas deportivos con la manera en que reportan las actividades deportivas para desarticular la violencia en nuestras competencias. Mucho más pueden hacer los entrenadores y los dirigentes de equipo y los líderes cívicos para que los eventos deportivos en vez de parecer ritos tribales de barbarie colectiva estimulen la civilidad y la cohesión social. Mientras no lo hagan la función del deporte en nuestra sociedad quedará en entredicho y los subsidios públicos para su desempeño permanecerán cuestionables concesiones a los fanáticos.

La escuela como primera cárcel

Las condiciones bajo las cuales se intenta escolarizar a nuestros niños reflejan las corrientes de violencia en nuestra sociedad, pero a su vez, la escuela, con rutinas nocivas, añade al cúmulo de la violencia. El salón de clases, lugar de represión y humillación, viene a representar para el niño o niña desafectos a la escolarización la primera cárcel de sus anhelos. La cantaleta de la maestra desmoralizada y el aliento alcohólico del maestro frustrado inciden en la memoria del niño más fácilmente que los aforismos moralizadores de los docentes.

¿Por qué tiene que ser el salón de clases un sitio de encierro y de regaño, de aburrimiento y de contienda? ¿Es qué no hay otras maneras de enseñar? ¿Por qué la disciplina tiene que estar basada en el grito y la amenaza? ¿Por qué esas repeticiones tediosas, esas asignaciones estériles, esas pizarras atiborradas de información para copiar? La falta de imaginación lleva al aburrimiento, a la represión y el castigo, y de esa escuela muchos hemos desertado en espíritu, pero allí todavía muchos niños permanecen como rehenes.

Si hay una vinculación establecida entre el dejar la escuela y el emprender actividades delictivas violentas, ¿no valdría la pena examinar en detalle por qué tantos niños y adolescentes se dan por vencidos con la escuela? ¿No pudiera hacerse más por estos mal llamados desertores escolares? ¿No hay otras soluciones que no sean las de cuatro paredes y una pizarra para sus necesidades pedagógicas? ¿Por qué no imaginar clubes o asociaciones de estos pacientes crónicos de nuestro sistema escolar--clubes que se organicen para excursiones y viajes, para actividades comunitarias, para talleres de teatro, música y arte, para hacer videos y periódicos de la comunidad, para aprender ocupaciones novedosas, dominar el manejo de las computadoras, montar un circo, criar animales, tener terapias y dinámicas grupales, contribuir al ornato público? El interés, la curiosidad, la inventiva, la chispa de esos jóvenes se deja desaprovechada, o sólo muy tarde o nunca nos damos cuenta de que donde veíamos un desertor escolar había un mecánico hábil, un actor ingenioso o un empresario con imaginación.

El Programa de Confinados Universitarios como respuesta dada por los confinados

Prueba de que se pueden lograr alternativas educativas la ofrecen los compañeros del Programa de Confinados Universitarios. Considerar los logros y las aspiraciones de este programa es lo que nos ocupa esta mañana, una respuesta, entre muchas otras, que la sociedad civil brinda a los retos de nuestra sociedad.

Este programa lo iniciaron dos confinados del Anexo 292 de Bayamón, Fernando Guzmán Santiago, quien nos acompaña esta mañana, y Angel Medina Sánchez. Una mañana de agosto, en 1990, cada cual por separado, pues pertenecían a dos edificios distintos, se me acercó para plantearme la posibilidad de seguir con crédito los cursos televisados por el Programa Sedue del Canal 40. Este programa acredita cursos básicos de la Universidad Metropolitana. Las personas pueden tomar las clases en sus casas y una vez al mes asistir a los repasos y a los exámenes que le facultan obtener créditos por sus estudios.

Son tantas las veces que los confinados se acercan para compartir una idea o iniciativa que uno pudiera decir que sólo de una en cien germinan las ideas. En las instituciones penales hay tantas utopías, tantos sueños, tanto ideal que no encuentra cauce, que no tiene acogida, que se marchita porque no existe el terreno fértil de las posibilidades. Este planteamiento sí llegó a floración porque se dio la extraordinaria concurrencia de personas afanosas de apoyar.

En primer lugar, Mercedes Otero, entonces Administradora de Corrección. Recuerdo exactamente la ocasión. Estábamos en el atrio de la iglesia católica de Barranquitas, esperando que llegara el funeral de doña Inés Mendoza de Muñoz Marín. Yo le compartí la idea que el día anterior le había oído a Fernando y Angel. Ella mostró interés.

—Pónmelo por escrito— me dijo.

Yo fui irrespetuoso, como sólo se puede ser con otro colega universitario:

—Mercedes, de nada me vale escribírtelo porque no me vas a contestar. Se va a quedar la carta engavetada en tu escritorio.

—Pues entonces haz los contactos con la universidad y luego llama a Carlos Hiraldo, quien es el superintendente del programa educativo. De mi parte no hay problema, pero tienes que conseguir los chavos para el pago de las matrículas, porque Corrección sólo paga los estudios hasta cuarto año.

La segunda persona que acogió la idea fue Rodolfo Lugo, entonces director de Sedue. Yo me ofrecí a servir de tutor para los cursos: Español 101 y Humanidades 101, y él me ofreció conseguirme los prontuarios y los textos.

Luego entró en escena Carlos Hiraldo, quien me dijo que en ocasiones anteriores se había intentado desarrollar el programa universitario en las instituciones, pero el problema era el pago de las matrículas.

Fui, entonces, donde Milton Pabón, presidente de una fundación que se había establecido después de la huelga universitaria de 1981-82 para ayudar a estudiantes sin recursos a completar sus estudios universitarios. Milton citó a una reunión de la directiva, a la que asistieron también Ineke Cunningham y Michel Godreau. ¿Pudiera la fundación ayudar en el pago de las matrículas? Me dejaron saber que la Fundación Educativa Puertorriqueña consideraría las solicitudes de ayuda de Fernando y de Angel.

Éstos escribieron sendas cartas expresando su deseo de estudiar. La Fundación les contestó que apoyarían económicamente sus estudios si mantenían un promedio de 2.5 o más. Con esa promesa la UMET envió a Jacqueline Guzmán con las solicitudes de admisión al Anexo 292 de Bayamón, donde yo ya había hablado con el superintendente. La Beca Pell cubriría la mitad del costo y la Fundación Educativa la otra mitad.

Pero faltaban escollos por superar. Angel no tenía la transcripción de cuarto año, pero mi hermana, Matilde Picó de Crosas, hizo las diligencias en el Departamento de Educación y consiguió una copia oficial. Fue la primera de muchas transcripciones oficiales que nos consiguió en el piso 11 del Departamento de Educación. Por otro lado, Angel y Fernando vivían en edificios distintos en una institución de seguridad máxima. El superintendente del 292 me concedió el que pudieran tomar la clase juntos.

Fue así como en septiembre de 1990 empezaron las clases de Humanidades y Español. Leímos mucho aquel semestre, discutimos, conversamos, soñamos y nos dimos cuenta que algo distinto había nacido. En diciembre, le rendí a la administradora el primer informe semestral del programa y decía:

Hay varios estudiantes en perspectiva, que desean comenzar con el Programa Sedue en el nuevo semestre. Las trabajadoras sociales del 292 me han sugerido que entreviste a varios confinados que han mostrado interés en Sedue... Hay otros futuros candidatos que todavía no tienen su examen de equivalencia para el diploma de escuela superior. Entre ellos hay candidatos altamente capacitados que pudieran obtener dicho diploma en algún examen que se les administrase y pudieran estar listos para estudiar en agosto1.

Ahora cuando miro hacia atrás considero cuán proféticas fueron las palabras de Ineke Cunningham en la reunión de la Fundación Educativa: -Pero vendrán muchos más. Porque Angel y Fernando no se contentaron con estudiar, sino que movieron a otros a estudiar. Por eso están esta mañana con nosotros Alexy González Cubero2, quien comenzó en enero del 91, y Raúl Hernández Mercado, quien no esperó a tomar su examen de cuarto año para comenzar a asistir a las clases en agosto del 91. En enero del 91, empezó a estudiar también Pablo Meléndez, quien sería mi acicate y mi inspiración para los próximos seis años. Pablo falleció hace un mes, y todos los que lo conocimos celebramos su agudeza, su pasión y su persistencia.

Los estudiantes en enero de 1991 sumaban siete y hubo que movilizar gente para reunir los montantes de las matrículas. Aquí Carmen Raffucci fue una excelente recaudadora. Creo que su blanco favorito fueron los departamentos de Historia y Literatura en Humanidades, y de esa manera muchos compañeros en estos departamentos se enteraron del programa.

Para ayudarme en las tutorías de Español 101 recluté entonces al primero de una larga lista de tutores voluntarios, a José Aponte. De ese segundo semestre lo que más recuerdo fue la renuencia de uno de los nuevos estudiantes a leer La Ilíada.

—Picó, yo no voy a leer eso; está lleno de falsos dioses y yo soy cristiano y no me voy a dañar la mente con los falsos dioses.

Yo he oído muchas excusas de estudiantes en distintas universidades para no leer, pero esa fue la más memorable. Pero resultó que esa misma tarde me encontré con Jaime Benítez en la Biblioteca Lázaro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.

—Don Jaime mire lo que me ha pasado, tengo un estudiante que no quiere leer La Ilíada porque está llena de falsos dioses.

Don Jaime se rió, con esa risa espontánea y socarrona que le ha caracterizado.

—No, don Jaime, dije yo, ésto no se queda así, usted va a ir y le va a explicar a ese estudiante por qué hay que leer La Ilíada.

—¿Yo?

—Naturalmente. Y pautamos la fecha de su visita para el 18 de abril.

Hubo que escribirle de nuevo a Mercedes Otero. El superintendente Octavio Fernández me dio su endoso. A las nueve de la mañana del 18 de abril llegaba don Jaime a la puerta del 292, y firmó el libro de visitantes.

—¿Es usted también capellán?, le preguntó el guardia a la entrada.

—No, no, yo me ocupo de otras cosas, dijo don Jaime.

El superintendente nos prestó su oficina, con su larga mesa para reuniones. Fue una conferencia excepcional, en la que se comparaba el concepto del destino en la literatura griega, representada por Edipo Rey, con la noción cristiana de que se puede vencer al destino, ejemplificada por Segismundo en La vida es sueño. Estoy seguro que don Jaime debe haber dado esa conferencia en Estudios Generales unos cuarenta o cincuenta años atrás. Después de la conferencia hubo una sesión de preguntas y respuestas.

—¿Qué opina usted de la pena de muerte?

—En la Asamblea Constituyente yo fui uno de los que propuso que se prohibiese.

Entonces se enteraron de que él había estado en la Constituyente, y por ahí hubo más preguntas. Eso llevó a sus experiencias como Comisionado Residente, y de ahí de vuelta a hablar sobre la universidad.

Jeanette Rivera, coordinadora de las trabajadoras sociales, nos había provisto de galletas y jamonilla, y Cheo Aponte y yo trajimos refrescos. La primera tertulia con un conferenciante visitante había sido un éxito. A la salida, Jaime Benítez me confesó que era la primera vez que había estado en una cárcel.

En repetidas ocasiones posteriores comentamos la visita. Fernando, Angel, Pablo y Alexy eran de opinión que había que traer más conferenciantes.

—Y la jamonilla, dijo Raúl, no por nosotros claro está, sino por el conferenciante.

La próxima figura invitada fue Ana Lydia Vega. Rara vez incauta, esta vez, encontrada cerca del puente de la Gándara, tuvo la indiscreción de preguntarme cómo me iban las clases con los universitarios. La respuesta fue bíblica:

—Ven y verás.

Aceptó el que había sido entrampada y fijamos fecha para el 6 de junio.

Para preparar la actividad con Ana Lydia Vega repartí libros de sus cuentos, que fueron leidos no sólo por los estudiantes del programa, sino por otros compañeros confinados. Esta vez el guardia de la entrada no aventuró la idea de que la visitante estuviese activa en la capellanía. Ana Lydia habló sobre la nueva narrativa puertorriqueña. Después de un recuento del surgimiento de la narrativa de los ´70 y sus enfoques nuevos, abrió la discusión. Angel Medina hizo la primera pregunta:

—¿Por qué usa malas palabras en sus cuentos?

La pregunta dio pie a que Ana Lydia expusiera su visión de cómo representar a los personajes de la calle. Fue un intercambio ágil y productivo que llevaría a Angel a interesarse en la redacción de cuentos, algunos de los cuales le enviaría a Ana Lydia por correo.

El tercer conferenciante fue Germán Rieckehoff, quien nos visitó en el verano del 91, el 18 de julio para ser exacto, y nos habló sobre "La sociedad y el deporte". Después de la conferencia uno de los estudiantes prospectivos, Víctor Cerra, le sonsacó una mesa de ping-pong y algún material deportivo, que en compañía de los oficiales penales Montero y Rivera fui a buscar al Albergue Olímpico. Es la única ocasión en que he sido pasajero de una guaguita de Corrección; por no sé qué razón la gente en la carretera se siente impelida a hacer gestos cuando se topa con una de esas guaguitas; es una experiencia interesante, la recomiendo.

En los subsiguientes semestres, el programa creció a pasos acelerados. Como en esa época en el anexo 292 no se estaban dando las tutorías para tomar el examen de cuarto año, logré la ayuda de varios compañeros jesuitas para brindar las clases. En el Canal 40, Gladys Cora vino a coordinar Sedue y Rubén Flores fue asignado para coordinar las matrículas de los confinados universitarios. Ambos fueron esenciales para el progreso del programa. Por otro lado, para agosto del 91 por los traslados de estudiantes de una institución vinimos a tener los estudios universitarios en tres. En la cárcel 308 de Bayamón el puntero fue Edward Pérez Negrón, quien había aprobado el examen de cuarto año en la primavera anterior. En las Malvinas empezamos con dos estudiantes. El grueso de la matrícula todavía estaba en el anexo 292, donde en noviembre tuvimos la visita de Angel Quintero Alfaro y su seminario doctoral en educación.

Para enero del 92 me encontraba bastante azorado por el crecimiento del número de la matrícula en Malvinas. Un nutrido grupo de estudiantes, reunidos por la trabajadora social Eneida García, me planteaba el reto de altos costos en la matrícula que los esfuerzos de la Fundación Educativa no bastaban a sufragar. Vino en auxilio entonces mi cuñada Eva Luz García de Picó, quien a través del Patronato San Francisco Javier logró reunir una cantidad sustancial para el pago correspondiente. Gracias a estas ayudas, pudimos dedicar las energías a las tutorías. Se habían incorporado al equipo de tutores Nelson Maldonado, Pedro Ríos Alvarez y Francisco Morales Pérez, y el abanico de los cursos se había abierto para incluir Historia de Puerto Rico y Ciencias Sociales.

Sila Calderón, quien estaba entonces ajena a las contiendas electorales, vino a hablarnos el 28 de enero de 1992 al Anexo 292 sobre el diario quehacer de la gobernación. Fue extraordinaria su presentación. La siguió Rosa Luisa Márquez el 27 de abril con un taller sobre teatro contemporáneo que nos puso a todos a brincar y saltar. El semestre culminó con una visita de Antonio Martorell el 13 de mayo.

La visita de Martorell para mí siempre será memorable por el tremendo emplegoste de papeles con que cubrió la cancha del edificio 8. De pronto todo el mundo fue convidado a dibujar a su vecino. Al propio Martorell lo dibujó Raúl Hernández y aquel reciprocó dibujando en el acto a Raúl. ¡Que orgullosos estuvimos de Raúl esa tarde! Allí estaba el maestro Martorell discutiendo aspectos de técnica con Raúl, y nosotros apostamos a nuestro gallo, que va a ser un gran artista, mano, que no viste como dibujó a Martorell, que ahorita, ya mismito, lo verás, lo convidan a dibujar a los grandes. Y así ha sido, y hoy día los legisladores y los ejecutivos que van a Malvinas se ven sorprendidos por los retratos que Raúl hace de ellos, nuestro artista.

Los éxitos del programa no ocultaban el problema que se empezaba a dibujar en nuestro horizonte. Por un lado, varios de los estudiantes eran trasladados a instituciones donde era difícil darle seguimiento a las clases universitarias. Por otro lado, los estudiantes que habían comenzado el programa empezaban a agotar los cursos ofrecidos por el Programa Sedue. ¿Qué otros cursos podían tomar mientras permanecieran en las instituciones? ¿Y qué se podía hacer para evitar el desperdigamiento de los estudiantes a través del sistema correccional?

En el verano del 92, le presenté al entonces Administrador de Corrección, Lorenzo Villalba, la idea de crear una institución de seguridad mínima para estudiantes universitarios confinados. Tener un sólo sitio desde el cual se pudiera salir para tomar clases en las universidades que ofrecieran las concentraciones de interés y donde se pudiera tener actividades culturales complementarias a los estudios ha sido siempre la ilusión de todos los que estamos comprometidos con el Proyecto de Confinados Universitarios. Hasta el día de hoy permanece una ilusión, pero confiamos que bien pronto se haga realidad.

En junio de 1992, una comisión gubernamental coordinada por Antonio Molina nombró a Fernando Guzmán Santiago uno de los jóvenes destacados del año por su iniciativa en lanzar y promover el Programa de Confinados Universitarios. No fue seguro hasta el último momento de que lo iban a llevar a la actividad de premiación en el Departamento de Estado en San Juan. Cuando finalmente lo vino a buscar el propio jefe de seguridad de Corrección, los compañeros del edificio 4 estallaron en felicitaciones:

—¡Pa´lante, Guaynabo, tira la tuya, Cano!

Para agosto del 92, los traslados nos llevaron a extender los cursos al Anexo 1072 de Bayamón y al Campamento de Guavate. Teníamos entonces 40 estudiantes en 5 instituciones. A los cursos habíamos añadido Inglés, Historia Cultural de los Puertorriqueños en Estados Unidos, y en un singular atrevimiento, Francés. Anthony Maisonet se añadió a los tutores, asumiendo la ruta de Guavate.

Ese año comenzamos el pago de las matrículas con el apoyo financiero del Fondo Morales Feliciano de la Corte Federal. Este fondo, creado por el pago de las multas por hacinamiento en las cárceles, tiene un comité supervisor que considera propuestas para añadir servicios, más allá de los estatutorios, a los confinados. Los aportes de Fondo Morales Feliciano relevaron al Programa de Confinados Universitarios de la presión de tener que estar generando donaciones cada semestre para el pago de las matrículas. Cuando el Congreso Federal le quitó el disfrute de la Beca Pell el Fondo Morales Feliciano brindó la totalidad del pago de las matrículas.

En enero de 1993, se añadieron al Programa de Confinados Universitarios la Institución de Jóvenes Adultos de Miramar y el Campamento Zarzal. Llegaron también nuevos tutores: Arthur Clarke, profesor jubilado de Fordham University, que brindó clases de Matemáticas en el anexo 292; y Gerardo Aponte. El primer conferenciante de ese semestre fue Fernando Agrait, quien cometió el error de detener su carro cerca de la torre para saludarme, y de paso preguntó sobre el programa. Acabó hablándonos sobre Universidad y Sociedad. Luego, el 23 de marzo nos habló mi viejo compañero de colegio, Rubén Berríos, sobre el rol del legislador en Puerto Rico. Rubén tenía una ventaja enorme sobre todos los otros conferenciantes invitados, porque él podía referirse a sus días como preso en la Penitenciaría Estatal en 1971.

En agosto de 1993, ensayamos una Introducción a las Ciencias Biológicas, que ofreció José Juan Terrasa en el Anexo 292. Juan Galván relevó a Francisco Morales, y entraron en acción como nuevos tutores Manuel Rodríguez, Tito Otero y Jaime Pérez. El semestre resultó ser difícil para los tutores del Anexo 107.2, pues un traslado masivo de confinados en octubre aniquiló casi la totalidad de la matrícula universitaria en esa institución. En el informe de ese semestre expresé el deseo de establecer "una sencilla revista literaria semestral que publicara poemas, ensayos, cuentos y otros trabajos creativos de los integrantes del programa universitario".

Los estudiantes del programa habían manifestado en diferentes ocasiones su interés en sacar la revista. Los del edificio 4 del Anexo 292 constituyeron una junta editorial, con Fernando Guzmán Santiago, como editor. En la junta figuraban también Alexy González Cubero, Angel Medina Sánchez, Pablo Meléndez Martínez, Raúl Hernández Mercado, Carlos Beltrán Santiago, Aníbal Miranda Montañez y Roberto Aponte Pedroza. Después de considerar varios nombres le pusieron Nuestro Camino. Se pusieron a escribir y a reunir trabajos.

El 12 de marzo Pablo Meléndez y Alexy González Cubero asistieron, con el permiso del administrador Johnny Colón, al coloquio sobre la educación de los confinados que se tuvo en Caimito a iniciativa de Ramón García Santiago, vínculo entre Corrección y a la oficina del Monitor Federal. Los múltiples contactos y la persuasión de Tito Otero resultaron en una impresionante reunión de personas talentosas. Allí se vieron las distintas estrategias educativas que se podían explorar para ampliar y mejorar los ofrecimientos educacionales para los confinados. Recuerdo las aportaciones de Antonia Pantojas, Antonio Martorell, Anaida Pascual, Ana Lydia Vega, Rocío Costa, entre muchas otras personas que asistieron. Pablo participó en el panel sobre renovación curricular y Alexy en el de ofrecimientos curriculares vinculados al mercado de trabajo en la libre comunidad. Todavía recuerdo a Alexy diciendo, en qué líos nos ha metido Picó, y luego el resonante aplauso que coronó la intervención de él y de Pablo en la síntesis final de la tarde. Ese simposio fue importante, pues se dio un esfuerzo por mirar la educación de los confinados en su conjunto, más allá de los requisitos de cuarto año o de ofrecimientos universitarios. Tanto Tito Otero como yo llegamos a la conclusión de que había que empezar a pensar en instituciones educativas con medidas pertinentes de seguridad, en vez de seguir insistiendo en cárceles donde a duras penas se ofrecen algunas clases.

Mientras tanto, la revista Nuestro Camino se pasó y corrigió en computadora y luego se llevó a Valdivia para fotocopiarla. La primera portada la hizo Raúl Hernández, dado siempre a simbolismo de su propio cuño, en este caso un estudiante togado que subía las escaleras hacia una puerta que se entreabría. El 28 de marzo la revista estuvo lista. Apunté en mi diario para esa fecha: "Llevé hoy la revista al 292, fui al 4 y según fueron entrando al área escolar le fui dando a cada uno su copia. Todos se sentaron a leer y hubo un rato de silencio mágico".

Este semestre tuvimos como tutores adicionales a César Ayala, Jorge Lizardi y Stephen Hernández. Este último se desempeñó en el área escolar de la Administración de Hogares Crea en Saint Just, donde por primera vez tuvimos mujeres confinadas adscritas al programa.

El 14 de abril contamos con Rosario Ferré como conferenciante sobre el tema del cuento como género literario y los problemas vinculados a su redacción. Le obsequiamos a Rosario una copia de la revista. De ahí en adelante Nuestro Camino vino a ser el regalo obligado para los conferenciantes.

Para junio Luis Fernando Coss, director de Diálogo, había manifestado interés en conocer el proyecto y concertamos una actividad con él y con Arcardio Díaz Quiñones, quien estaba de visita. Llevé varias copias de La memoria rota, de Arcadio; los compañeros ya conocían Diálogo porque siempre que sale se lleva copia a los estudiantes. La actividad fue debajo de un carpa azotada por el viento en la cancha del edificio 8. Peri Coss habló sobre los retos de una publicación periódica. Para Arcadio fue alentador el que hubiesen leído su libro, y se conmovió cuando Pablo Meléndez le advirtió la ausencia de los confinados en su listado de los olvidados por la sociedad puertorriqueña.

Ese verano fue publicado mi libro El día menos pensado, una historia de los presos en Puerto Rico que tiene como ilustraciones de cubierta y contra cubierta dos dibujos a colores de Raúl Hernández. Cuando llevé copia del libro a los estudiantes me preguntaron donde iba a ser la presentación del libro.

—No sé, dije, no lo he pensado.

—Preséntalo aquí, en el 292, dijo Pablo.

—¿Aquí, en el 292? ¿Pero quién va a poder venir?

—Nosotros, dijo Pablo. Un libro sobre los presos, ¿a quién le interesa más?

Le pedí a mi compañero profesor de Historia Pedro San Miguel y a Aníbal Miranda, uno de los universitarios confinados, que hicieran la presentación. Cuando ambos aceptaron hacerlo fui a hablar con Luis Agrait, nuestro director de departamento.

—Luis, ¿tu pudieras ser maestro de ceremonias en la presentación de mi libro?

—Seguro, me dijo, ¿cuándo y dónde va a ser?

—En el Anexo 292 de Bayamón, el 30 de agosto por la tarde.

—¿En la cárcel?

El día menos pensado, en el sitio menos pensado.

Hay que señalar una cosa y es que Luis Agrait no manifestó sorpresa alguna. Es un talento para no ser sorprendido, el suyo, y como si le hubiera dicho en Bellas Artes después de la Sinfónica, sacó su agenda y apuntó el compromiso.

Fue la más emotiva de las presentaciones. Carmín Rivera Izcoa y Fernando Rodríguez, de Ediciones Huracán, eran el único público externo. San Miguel fue elegante y agudo, pero Aníbal se botó; el humor y la sensibilidad se mezclaron en un fino ensayo. Para la actividad Raúl hizo un retrato mío, que todos firmaron, y que está en la sala de la casa de mi madre. Para mí la presentación marcó el momento en que me dí cuenta que pertenecía al Proyecto de Confinados Universitarios tanto como al Departamento de Historia; allí estaban los dos mundos juntos, reclamando energía y trabajo.

Este semestre se integraron al programa los tutores Israel Santos Olán y Javier Avilés. Rememorando mi juventud yo ofrecí Introducción a la Filosofía. Pero la verdadera sensación fue el curso de Introducción a las Computadoras, que el tutor Pedro José Rivera ofreció en el edificio 4 del Anexo 292. Otra vez el Patronato San Francisco Javier había venido en auxilio del PCU y nos había conseguido una computadora vieja, pero utilizable. En manos de Pedro José se convirtió en la octava maravilla. Allí se descubrió el singular don que Elliot Rivera tiene para el teclado y los programas y los veteranos empezaron a soñar con una computadora para pasar ellos la revista.

Mientras tanto, también en Malvinas las cosas se estaban moviendo. El 14 de octubre Angel Medina Sánchez e Ismael Cruz hicieron una presentación sobre el Programa de Confinados Universitarios a unas treinta trabajadoras sociales y terapistas en el salón de actividades del Anexo 352. Esa actividad fue organizada por Sylvia de Jesús.

La revista Nuestro Camino había salido dos veces más. Uno de los números era un cuaderno literario basado en los trabajos sobre el Quijote que se habían pedido para el curso de Géneros Literarios. Allí Roberto (Appy) Aponte lució sus galas cervantinas involucrando al Quijote en el 292, y Fernando Guzmán rindió un grandilocuente Alonso Quijano muy dado a meterse en problemas con las autoridades de la calle.

Al ver la revista dos estudiantes universitarios, Gabriel Coss y Pedro Zayas, editores de una publicación llamada De adentro pa´fuera, pidieron que les concertara una visita al 292, pues tenían deseos de conocer a los editores de Nuestro Camino. De esa visita, celebrada en la soleada cancha de baloncesto del edificio 4 resultó una estrecha colaboración. Nuestro Camino llegó a contar con dos diestros diagramadores que asumieron la tarea de transformar el formato en uno moderno, ágil y gráfico. Yo no sé como Fernando, Alexy, René, Raúl, Aníbal y Carlos lo lograron, pero reclutaron dos valiosos miembros para el equipo. Gabriel Coss está ahora en intercambio en CUNY, pero Pedro Zayas no sólo ha trabajado incansablemente en la revista, sino que también es tutor de Español 102 en las Malvinas.

Mientras tanto, Raúl diseño dos tarjetas de Navidad que fueron reproducidas por el taller Hole Printing de Las Piedras y fueron utilizadas esas navidades por numerosas personas.

Para diciembre del 94 diez antiguos estudiantes del PCU estaban en la libre comunidad, y la mayoría de ellos continuaba estudios en universidades en Bayamón, Fajardo, Río Piedras y Caguas. En enero del 95, por tener que ir yo a una prolongada reunión a Roma, quedó coordinando los estudios Renzo Rosales, joven seminarista panameño que estaba haciendo una etapa de su formación en Puerto Rico. Renzo dio un curso sin crédito de Sociología y varias secciones de Ciencias Sociales. Fue el quien me reveló el talento artístico de Carlos Aguayo, entonces en las Malvinas, y el que llevó a su mejor momento el programa de estudios en Saint Just. Por otro lado, Roberto Otero iniciaba a sus estudiantes de Español en la publicación de artículos en La IUPI y en El Diario, y publicaba ilustraciones de Aníbal Miranda en El piso 13. Un cineasta cubano dio una conferencia en las Malvinas sobre el arte fílmico en Cuba, y María Judith Oliveras exhibió y discutió allí varias películas con los estudiantes. Blanca Silvestrini visitó el edificio 5 del Anexo 292 para dialogar sobre las aspiraciones educativas de los estudiantes.

En el verano del 95, ante la inminencia de la renovación del Anexo 292 de Bayamón, se solicitó y se obtuvo de la Administración de Corrección que los estudiantes en mediana custodia se concentraran en Malvinas, para que así no se desperdigaran por las instituciones. No sabíamos en esos momentos que las Malvinas también entrarían en proceso de reconstrucción. Ese verano hubo un ciclo de conferencias sobre periodismo en el Anexo de las Malvinas. Hablaron los periodistas María Bird Picó y Manny Suárez. También hubo una tertulia con la Lcda. Joaquina Bird Picó en torno al programa de prevención de delincuencia de California. Los profesores Angel Quintero Rivera, Ana Helvia Quintero e Ileana Quintero presentaron un documental sobre la obra de su padre, el Dr. Angel Quintero Alfaro, y sostuvieron una tertulia en torno a modelos de educación no tradicional. Varios de los estudiantes universitarios participaron en un programa radial, transmitido desde Malvinas, con María Judith Oliveras, sobre el desarrollo del programa de estudios universitarios de los confinados.

En el Anexo 292 hubo un certamen literario de poesía, ensayo y cuento. Eventualmente, se publicaron los trabajos ganadores en un cuaderno literario de Nuestro Camino.

Por otro lado, se obtuvo la concentración de seis estudiantes de custodia mínima que estaban dispersos en varias instituciones en el Hogar de Adaptación Social de Humacao. En octubre tuvieron su primera actividad fuera de la institución al asistir a una conferencia en el Colegio Universitario de Humacao.

Ese septiembre el recinto de Carolina de la Universidad de Puerto Rico comenzó a dar clases de contabilidad y teoría comercial a cinco estudiantes universitarios de Malvinas. El profesor Víctor Pérez les dio clases por dos cuatrimestres, pero desafortunadamente Carolina no ha recomenzado clases este año. Por otro lado, Fernando Guzmán Santiago hizo traslado académico a la UPR en Río Piedras, con concentración en Historia. Julio Garay, tutor para dibujo y pintura, comenzó a darle clases a Raúl Hernández y Aníbal Miranda en Malvinas.

Este semestre se inauguraron como tutores Miguel Angel Chacón y Conrado Zepeda, en el Anexo 1072, y tuvimos la colaboración de otros tres, Francisco González, Anteo López y Fernando Ríos para los cursos preuniversitarios en el Anexo 292.

Para noviembre la Administración de Corrección y la Universidad de Puerto Rico firmaron una alianza, en la oficina del presidente Norman Maldonado, para que la universidad brindase servicios a los confinados y al personal de la agencia.

A principio de diciembre, los estudiantes de mínima de Humacao celebraron el cuatricentenario de la resistencia al ataque del pirata Drake a Puerto Rico con una visita al Morro, seguida por un chapuzón en una piscina y una cena hecha por ellos mismos en casa de sus profesores. Ese mismo mes, y otra vez, gracias al Patronato de San Francisco Javier, conseguimos una computadora para los estudiantes universitarios del HAS de Humacao. Pedro José Rivera la programó y dió clases en Word Perfect en sus vacaciones de Navidad.

En enero de 1996, los residentes del HAS de Humacao se matricularon en cursos de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Humacao, y empezaron a recibir cursos de historia de Cruz Ortiz Cuadra. También asistieron el 26 de enero a un foro en Río Piedras sobre historia y literatura en el que Rosario Ferré expuso su visión sobre los usos de la historia.

A Malvinas se presentaron el 23 de abril varios miembros de la Fundación Quintero Alfaro para dialogar sobre la posibilidad de que se le confiriera al Proyecto de Confinados Universitarios el premio anual por innovación educativa de dicha fundación. El 6 de junio nos visitó allí Mayra Santos, que nos cautivó con su chispeante lectura de varios de sus cuentos. El 18 de junio fue el turno del peruano Ernesto Cavassa, quien platicó sobre la situación del país.

En agosto del 96, se inauguraron como tutores David Ungerleider, Ricardo Alfonzo y David Noriega hijo. El 24 de octubre Gerald Guinness brindó una charla en el Anexo 292 sobre las tareas del crítico literario. Pero sin duda la noticia del semestre fue la premiación de la Fundación Quintero Alfaro. Aunque a última hora se canceló la asistencia de los tres confinados de Malvinas de mayor antigüedad en el programa, pudo asistir Ismael Cruz Cruz, de Humacao, quien participó en un panel con varios de los tutores y contestó preguntas del público. En esta ocasión se exhibieron en el vestíbulo del Anfiteatro 1 de Educación obras de arte de Carlos Aguayo y Raúl Hernández y se distribuyó el número más reciente de Nuestro Camino.

Con un donativo obtenido por la Fundación Quintero Alfaro y otro dinero aunado, Pedro Zayas, Angel Rivera y yo fuimos el domingo después de la premiación a Office Max de Caguas a comprar una computadora nueva, con su impresor, para instalarla en las Malvinas y dotar a la revista de un necesario instrumento de trabajo. Pedro Zayas condujo las negociaciones. La suma seguía subiendo y Angel Rivera y yo nos mirábamos, preguntando por donde escapar. Ese martes llevamos la computadora a Malvinas. Cuando volvimos el jueves estaba instalada y funcionando; el maestro Cuadrado se había hecho cargo de ponerla a correr. Para los universitarios de Malvinas la vida se deslindó entre antes de la computadora y después de la computadora. No he entrado una sola vez a la Oficina de Calidad de Vida, donde está instalada, sin que encuentre a alguno de los estudiantes trabajando en ella.

Este semestre hemos tenido nuevos tutores -Hjamil Martínez y Julio Jiménez- y otro visitante en Malvinas, Rodolfo Popelnik, de la Escuela de Comunicaciones. La revista ha vuelto a salir la semana pasada, el más logrado de todos los números. Y hoy, después de tantas visitas de profesores y estudiantes de la universidad a la cárcel, vienen a la universidad desde la cárcel tres de nuestros estudiantes más antiguos. Todas las preguntas que pueden tener sobre la experiencia de hacer estudios universitarios desde la cárcel se las puedan hacer a ellos.

En el Proyecto de Confinados Universitarios se han hecho algunas cosas, pero faltan demasiadas por hacer. Cada puerta que se ha abierto ha mostrado diez nuevas puertas por explorarse. Han estado matriculados en cursos universitarios desde agosto del 1990 a diciembre del 1996, 98 estudiantes confinados, de los cuales 19 están ya en la libre comunidad, al menos 7 de ellos estudiando. Han fallecido cuatro. De 34 de ellos no sé su situación presente; puede que varios de ellos ya estén libres. Veintisiete no están estudiando al presente, por hallarse en instituciones donde no se está ofreciendo este servicio. Quedan pues 14 estudiantes activos, más los que se han matriculado en Punta Lima, 1072 y Parada 8 este semestre. Estas cifras parecerían desalentadoras, pues el movimiento constante de confinados de una institución a otra no fomenta la continuidad. Ha sido particularmente difícil darle continuidad a los estudios de los confinados del Anexo 1072 de Bayamón, porque es una población penal en continuo trasiego. Pero para mí hay dos índices reveladores: el número de cartas que recibo de estudiantes trasladados reclamando que se le de continuidad a sus estudios y el grupo de estudiantes que ya están libres que se han matriculado en distintas universidades para darle seguimiento a sus estudios.

Ese interés constante en los estudios y en la educación en general nos debe animar a pensar que se deben ampliar las posibilidades educativas para los confinados. En vez de estar pensando en cárceles donde a duras penas se brindan unos servicios educativos, quizás nuestra filosofía correccional deba contemplar instituciones educativas con las medidas pertinentes de seguridad. Si el énfasis y el enfoque está en la educación, y no el castigo; y si por educación se entienden no sólo los cursos formales de universidad y escuela superior, sino también toda la gama de terapias, consejerías, talleres vocacionales, conferencias, tertulias, teatro, audiovisuales, y el desarrollo de destrezas en computadoras, en mecánica, en servicios paralegales, en arte y en artesanías, la fuerte inversión social que se hace en las instituciones correccionales traería el correspondiente beneficio social. Esa es la esperanza que esta mañana todos compartimos.

Notas

1"Informe del Primer Semestre de los Estudios Universitarios de Confinados en el Anexo 292 de Bayamón por el Programa Sedue de la Universidad Metropolitana, a través del Canal 40". Regresar

2Por razones no explicadas, Alexy González Cubero no pudo acudir a la actividad. Regresar