Panel: “Ante la violencia de cada día… alternativas para construir la paz”

Cátedra UNESCO de Educación para la Paz

Facultad de Estudios Generales

9 de octubre de 2002

 

La Cultura de Guerra: un legado de la barbarie

 

Dr. José Luis Méndez

Depto. de Sociología y Antropología

Facultad de Ciencias Sociales

Universidad de Puerto Rico

 

El 11 de septiembre de 2001 el mundo entero fue sacudido por los ataques terroristas que mataron a miles de personas en Nueva York, Washington y Pennsylvania. Esa ocasión fue la primera vez, desde la Guerra Civil que tuvo lugar entre 1861 y 1865, que Estados Unidos conoció los horrores de la guerra en su propio territorio y que como ocurre constantemente en las guerras convencionales, la población civil fue la principal víctima de las acciones bélicas.

 

Aunque el atacante en esta ocasión no fue el ejército de un estado que invade a otro país, sino 19 personas que realizaron una acción bélica planificada por la organización terrorista Al Qaeda, lo que ocurrió en Nueva York, Washington y Pennsylvania no es sin embargo un acontecimiento aislado sino, una expresión más de la cultura de guerra que prevalece actualmente en el mundo. A pesar de que fue una nueva modalidad de terror en la que el poder de la nación más poderosa del mundo es retado por un grupo de terroristas vinculados a una organización no estatal; las acciones criminales, los horrores y la crueldad que todo el mundo pudo presenciar a través de la televisión el 11 de septiembre de 2001, no superan en crueldad a las acciones que durante todo el siglo XX se llevaron a cabo en el marco de las guerras convencionales, ni las que actualmente se realizan por los diferentes ejércitos de muchos estados y grupos guerrilleros. Por esa razón, no tiene sentido hablar de terrorismo si no incluimos en esa misma categoría tanto al terrorismo no estatal como a los estados que a nombre de la mal llamada “Defensa Nacional” masacran constantemente a poblaciones civiles, imponen su voluntad, o la de los grupos de intereses que éstos representan, a través de la fuerza y la violencia, y violan descaradamente las determinaciones de las organizaciones internacionales y los derechos de las naciones y de los pueblos.

 

La inmoralidad de esta situación y la vinculación de este comportamiento con la barbarie fue denunciada desde finales del siglo XIX por Eugenio María de Hostos, quien se percató desde entonces del contraste que existía en su época entre el progreso material, científico y tecnológico y el subdesarrollo moral de la humanidad, y en particular el de las naciones más modernas y desarrolladas. Por eso, en su libro La Moral Social (1888), Hostos fustiga el darwinismo social de los Estados Unidos y de las potencias colonialistas europeas en los siguientes términos:

 

Debajo de cada epidermis social late una barbarie. Así, por ese contraste entre el progreso material y el desarrollo moral, es como han podido renovarse en Europa y América las vergüenzas de las guerras de conquista, la desvergüenza de la primacía de la fuerza sobre el derecho, el bochorno de la idolatría del crimen coronado y omnipotente durante veinte años mortales en el corazón de Europa y la impudicia del endiosamiento de la fuerza bruta en el cerebro del continente pensador.[1]

 

La denuncia de Hostos no podía estar más justificada. En vez de tratar de equiparar la moral social con el progreso técnico y científico y con el alto grado de su desarrollo económico, los países supuestamente más "civilizados" de Europa, al igual que los Estados Unidos se han estado sirviendo de la ciencia, la tecnología y el desarrollo económico para llevar la barbarie a su más alta expresión atacando sin piedad tanto a los ejércitos de los países enemigos como a sus poblaciones civiles. Con ese propósito se han desarrollado bombas nucleares y se fabrican aviones de combate, proyectiles de largo alcance, cañones, minas y toda clase de armas de destrucción masiva. Los momentos más significativos de la historia del siglo XX nos refieren precisamente por esa razón a acontecimientos bélicos en los que murieron millones de seres humanos, grandes ciudades fueron parcial o totalmente destruidas y la crueldad despiadada de los pueblos supuestamente civilizados dejó atrás a las actuaciones de los salvajes y los bárbaros.

 

En Europa en particular, su historia durante la primera mitad del siglo XX nos refiere a dos importantes acontecimientos bélicos: La Primera y Segunda Guerra Mundial. En la Primera Guerra Mundial perecieron más de 15 millones de personas. En la Segunda Guerra Mundial los muertos superaron los 50 millones de seres humanos. Aunque el sector perdedor en la Segunda Guerra Mundial fue afortunadamente la alianza de fuerzas totalitarias y antidemocráticas formadas por la Alemania nazi, la Italia fascista y el militarismo expansionista japonés; lejos de desaparecer los métodos criminales utilizados por esas fuerzas para rendir militarmente a sus enemigos, bombardeando sistemáticamente sus ciudades y masacrando sistemáticamente sus poblaciones civiles, esas prácticas se convirtieron en los medios convencionales de la cultura de guerra adoptada por los países democráticos.

 

Por eso, después de haber destrozado con su aviación a Polonia y de haber bombardeado sistemáticamente a Inglaterra y a muchas otras naciones, los alemanes tanto militares como civiles provocaron la misma receta que en su concepción racista del mundo el nazismo utilizó contra otros países. En Japón la situación fue todavía peor. Para lograr la rendición incondicional de su enemigo, los Estados Unidos bombardearon con armas atómicas las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. En la primera murieron más de 140,000 personas el mismo día del bombardeo y 10,000 seres humanos más tarde. En la segunda perdieron la vida 70,000 personas el primer día y 10,000 seres humanos posteriormente.

 

Además de forzar la rendición incondicional del Japón, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki llevaban un mensaje de Estados Unidos a su antiguo aliado; la Unión Soviética, cuya intención de expandir su influencia y las ideas socialistas en la posguerra eran vistos como una amenaza para el poder militar norteamericano. La amenaza nuclear de los Estados Unidos a la Unión Soviética fue pronto neutralizada cuando la URSS pudo desarrollar también sus propias armas nucleares. A partir de ese momento la historia de la humanidad entró en una nueva etapa, el período de la guerra fría, en el que las dos superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, reconocían el poder de destrucción recíproco y acordaban no involucrarse en ningún conflicto que las llevara a confrontarse bélicamente de una manera directa.

 

El período de la guerra fría no fue sin embargo una época de paz, sino un momento de la historia caracterizado por un gran número de conflictos armados en los que en muchos de ellos, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética participaron activamente aunque nunca se enfrentaron militar-

mente uno contra otro en forma directa. Durante ese período, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética dieron al armamentismo la primera prioridad en los gastos estatales en detrimento de las demás necesidades de sus respectivas poblaciones.

 

Ese gasto militar excesivo fue uno de los factores determinantes en el descontento de la ciudadanía soviética con su sistema político que provocó la caída de la Unión Soviética a finales del siglo pasado. En los Estados Unidos  sin embargo, a pesar de la enormidad del dinero que se dedica a los gastos militares y de la desproporción de las sumas que se asignan a la actividad bélica versus las que se gastan en otras prioridades, como salud, educación y lucha contra la pobreza, el sistema ha podido absorver hasta ahora el impacto económico del presupuesto militar.

 

Ese gasto tan exorbitante en la industria armamentista y en la burocracia militar, se ha dado sin embargo y lamentablemente en detrimento de la vida y la cultura democrática de los Estados Unidos, en cuyo seno ha esta creciendo como un cáncer lo que tanto algunos sociólogos como C. Wright Mills y hasta un expresidente Republicano como el General Dwight D. Eisenhower han catalogado como el peligro del complejo militar industrial. Ese cáncer que corroe los valores humanísticos y el espíritu cívico del pueblo norteamericano, pretende legitimarse tanto nacional como internacionalmente, presentándose como el defensor de la democracia. Sin embargo, toda su visión militar del mundo basada en la obediencia ciega e incuestionada del poder y su disposición a imponer su voluntad por las armas y el terror, lo ponen en contradicción total con el pensamiento democrático y lo enmarcan claramente en los valores y actividades que caracterizan la barbarie.

 

Cuando hablamos de barbarie en este contexto moderno o postmoderno, no nos estamos refiriendo al sentido antropológico estricto que le dio a este término en 1877 el científico social americano Lewis H. Morgan, sino a la definición popular que identifica a la barbarie con la rusticidad, la falta de cultura y la crueldad. A algunas personas le podrá parecer absurdo que identifiquemos como bárbaro a sistema de un país civilizado, cuyo funcionamiento exige cada día más conocimiento científico y mayor sofisticación para poder manejar armamentos e instrumentos siempre más sofisticados y complejos. En la década del treinta del siglo pasado, muchos alemanes se plantearon esta misma interrogante cuando se produjo la llegada al gobierno de ese país del Partido Nacional Socialista, dirigido por el Füherer Adoldo Hitler. En ese momento, Alemania era considerada como uno de los países más cultos y civilizados de Europa. Sin embargo, el racismo, el antisemitismo,  el irracionalismo, el resentimiento por las condiciones a que fue sometido el pueblo alemán en los acuerdos de Versalles, así como la tradición militarista prusiana, ayudaron a la llegada al poder del nazismo hitleriano.

 

Ese cambio político puso un legado científico y tecnológico muy avanzado en manos de un nuevo gobierno  con una visión racista e irracional de la historia y con una moral bárbara e inhumana, pero empeñado en hacer el mejor y más eficaz aprovechamiento posible de la ciencia, de la tecnología y del recurso de la manipulación de las masas para sus fines políticos y militares.

 

Para lidiar con esa contradicción, los filósofos de la famosa Escuela Alemana de Frankfurt y en particular Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, acuñaron el concepto de “razón instrumental”.[2]  Enmarcadas en este concepto, la razón y la moral se presentan completamente divorciadas. Por eso, contrario a lo que fue la aspiración humanística original, en los esquemas mentales de la razón instrumental, la eficiencia y la funcionalidad además de estar divorciadas de la moral se logran con mucha frecuencia, como en el nazismo, en detrimento de los valores humanos y en particular del más preciado de todos esos valores que es la vida.

 

Aunque ese divorcio entre la ciencia y la moral se manifestó originalmente en las acciones de un gobierno totalitario, en la década de 1960  se hizo también evidente en una sociedad democrática como los Estados Unidos en donde fue detectado precisamente por otro miembro de la Escuela de Frankfurt residente en ese país, el profesor universitario Herbert Marcuse.

 

En esa época la opinión pública americana y sobre todo muchas personas procedentes de los sectores estudiantiles, universitarios, religiosos y pacifistas fueron seriamente impresionados por las escenas de la guerra de Vietnam en la que a nombre de la defensa de la democracia, Estados Unidos masacró alrededor de un millón de vietnamitas; 90% de ellos civiles por medio de bombardeos sistemáticos de centros urbanos y aldeas campesinas, así como mediante el uso del napalm y otras armas de destrucción masiva. En ese entonces, la opinión pública americana era intensamente manipulada por la propaganda del pentágono, así como por los medios de comunicaciones, los políticos y los intelectuales al servicio del complejo militar industrial. Para describir los pormenores de esa manipulación y de la contradicción entre un sistema formalmente democrático y el comportamiento bárbaro de su burocracia militar y de los políticos al servicio del complejo militar industrial, Marcuse escribió su famoso ensayo: El Hombre Unidimensional,[3] el cual se convirtió en el libro más popular entre el movimiento estudiantil de la década del sesenta.

 

De acuerdo con este texto, del seno mismo del sistema democrático americano ha surgido un sistema totalitario de la manipulación de la opinión pública, el cual además de servir para integrar la clase obrera al sistema capitalista ha suprimido la dimensión crítica de la mente de los trabajadores quienes han perdido en ese proceso el potencial revolucionario que Marx le atribuía. A pesar de ello la esperanza de una transformación revolucionaria de la sociedad americana seguía presente según Marcuse, por que esa posibilidad había pasado ahora a las minorías oprimidas, como los negros, los indios, los mejicanos y los puertorriqueños, así como a un movimiento estudiantil cada vez más radical.

 

Todo ese clima de agitación de la década del sesenta que nos describe El Hombre Unidimensional se transformó posteriormente. Después de haber sufrido una derrota humillante en la guerra de Vietnam en la que murieron alrededor de 66 mil soldados americanos y luego de la desaparición de la Unión Soviética, Estados Unidos pasó a ser la única superpotencia de nuestro planeta.

 

A pesar de no tener ningún rival comparable tanto en el plano militar como en el político, Estados Unidos sufrió el 11 de septiembre de 2001, los peores ataques terroristas de toda su historia. Esos ataques han sido hasta ahora capitalizados políticamente por la extrema derecha militarista

norteamericana y en particular por el gobierno del Presidente George W. Bush. En ese proceso, además de haber puesto en vigor la llamada Acta Patriótica, la cual coloca en serio peligro los derechos civiles de sus propios ciudadanos, el gobierno del presidente Bush dio a conocer recientemente el documento titulado La nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, el cual ha dejado boquiabierto a todo el mundo y pone en evidencia la agresividad del actual gobierno estadounidense.

 

En ese documento Bush convierte en política oficial de su país, lo que ya algunos comentaristas habían catalogado como el unilateralismo de su gobierno. En el ámbito económico y medio ambiental, Bush rechaza oficialmente el acuerdo de Kioto, proclama la desregulación de la actividad empresarial y lo que es peor, pretende elevar sus derechistas preferencias personales al rango de doctrina planetaria.

 

El texto establece además en forma oficial que Estados Unidos está por encima de las instituciones internacionales como la ONU y que no se siente obligado a seguir sus acuerdos, aunque estos deban ser obligatorios para los demás países del planeta.

 

Lo más peligroso de ese documento es sin embargo, la proclamación de la sustitución de la doctrina vigente de la disuasión por la de los ataques preventivos, la cual facultaría a Estados Unidos para atacar a cualquier país del mundo en cualquier momento. La campaña del presidente Bush en el Congreso estadounidense y en la ONU para atacar a Irak es claramente el primer intento de su gobierno para poner en vigor la nueva doctrina.

 

La resistencia que han encontrado estos planes tanto en la ONU como en la opinión pública internacional y en algunos sectores de la sociedad

estadounidense ha puesto en evidencia tanto el carácter bárbaro de lo que se propone, como los motivos politiqueros de Bush para obtener ventajas en las próximas elecciones de noviembre. También ha salido a relucir, la intención poco disimulada de los sectores económicos que promueven esta aventura bélica de apoderarse del petróleo irakí.

 

Sin embargo, el principal motivo para una oposición legítima, tanto a la guerra contra Irak como a la nueva estrategia de seguridad nacional estadounidense, es que convierte a la barbarie en la política oficial de los Estados Unidos. Además de propiciar la israelización de la sociedad estadounidense, la nueva política de “seguridad nacional” americana, convierte a toda la población civil de nuestro planeta en rehenes del armamentismo americano y en potenciales “daños colaterales” que es la manera deshumanizada como le llaman en el Pentágono a las víctimas civiles de sus crímenes de guerra.

 

Por eso, una norteamericana muy bella y muy valiente, la actriz Jessica Lange, se expresó recientemente así del Presidente de su país:

 

Lo que Bush pretende hacer con Irak es inconstitucional, inmoral e ilegal. Odio a Bush, le desprecio a él y a toda su administración… Bush robó las elecciones y desde entonces lo padecemos todos. Lo de Irak es una absoluta locura, pero lo que no entiendo es que nadie lo frene, ni adentro ni fuera de Estados Unidos. [4]



[1] Eugenio María de Hostos, Moral Social. Eudeba Editorial Universitaria de Buenos Aires, Argentina. 1986, p.18.

[2] Max Horkheimer. Crítica de la razón Instrumental. Editorial SUR. Buenos Aires: Argentina. 1973.

[3] Herbert Marcuse, One-Dimensional Man , Studies in the ideology of the Advance Industrial Society. Beacon Press, Boston. 1964.

[4]  Claridad. San Juan, Puerto Rico. 4 al 10 de octubre de 2002. Año XL, núm. 2589, p.12.