VIOLENCIAS EN LA EDUCACIÓN, CULTURAS DE PAZ EN ACCIÓN[1]

Algunos puntos y pautas para una agenda preventiva

Anaida Pascual Morán, 2003

Vivimos inmersos en la llamada “crisis de la modernidad” y las manifestaciones que la definen: el consumerismo desmedido; la veneración de la juventud en una sociedad que “envejece”; el culto al cuerpo y a la cultura de la imagen; el agotamiento de los megadiscursos ideológicos y de la política partidista; la convivencia en la diversidad como desafío; el individualismo exacerbado; el conformismo social; la entronización y mercantilización del conocimiento; el encumbramiento de las nuevas tecnologías como fuente de riqueza y poder; la mundialización de la cultura; el culto a una cultura de guerra y de muerte; y una creciente globalización de la violencia.

En Puerto Rico, vemos a diario fenómenos sociales íntimamente relacionados: el trasiego de armas y drogas, la corrupción, la criminalidad, la “violencia escolar”, y sobre todo, un clima generalizado de intolerancia y violencia. En tiempos recientes, la cifra de asesinatos se ha disparado, sobre todo de jóvenes entre las edades de 15 a 29 años. La situación ha llegado al punto, que los rostros de víctimas y victimarios se nos desdibujan con dolor al interior de nuestro espíritu, pues aquellos victimarios jóvenes que no mueren junto a sus jóvenes víctimas, mueren paulatinamente en vida en la droga o en la cárcel. Se alega que esta ola de violencia se encuentra estrechamente vinculada a una serie de “males” sociales como: el alza en la incidencia de madres y padres adolescentes, el maltrato de la niñez; la marginación socio-económica; el deterioro en la salud mental; la presión de grupo; el materialismo; la competitividad; e incluso, los mensajes de corte violento de géneros musicales como el rap y el reggaetón.

Ante el dilema sobre qué hacer frente a este panorama de violencia globalizada desenfrenada que impera y lacera nuestra fibra moral y social, los estudiosos en el campo indican que siendo el mal uno de fondo, el antídoto no puede ser represivo y punitivo, sino preventivo. Más aún, afirman que nuestras escuelas, universidades y entidades formativas no escapan a esta violenta realidad; por el contrario, constituyen un microcosmos de dicha crisis. Asumir nuestra responsabilidad compartida en la construcción de propuestas educativas para convivir en sociedades menos violentas, más justas y solidarias no es tarea fácil. Aunque existe una enorme variedad de posibles contenidos y enfoques para educar en la prevención de la violencia y a favor de la construcción de culturas de paz, no resulta sencillo. Sin embargo, más allá de materias y de niveles educativos, se trata de una tarea formativa que nos corresponde a todas y todos.

I. VIOLENCIAS ENTRETEJIDAS EN LA EDUCACIÓN: NUESTRO PUNTO DE PARTIDA

Como la paz empieza por casa, nuestro punto de partida obligado es la prevención de la violencia inherente al propio ámbito educativo. La cultura de la violencia se encuentra entretejida en las políticas y prácticas educativas. No fue hasta los 90's, a raíz de la escalada mundial de violencia en las escuelas y de las políticas de vigilancia, "cero tolerancia" y "mano dura", sin embargo, que proliferaron en algunos países (incluyendo a Puerto Rico), que se inició el estudio de esta violencia institucionalizada.

En lugar de responsabilizar exclusivamente a los jóvenes por la violencia, se inicia entonces un rechazo a las prácticas y políticas de naturaleza punitiva, ya que no cuestionan las raíces de la violencia, ni la complicidad de las estructuras educativas y sociales. Como consecuencia, a partir de una especie de efecto bumerán, el propio sistema educativo comenzó a ser cuestionado por la naturaleza violenta de muchas de sus políticas y prácticas. El origen de esta "violencia sistémica en la educación" es claro - proviene de las propias estructuras de poder y de personas en posiciones de autoridad institucional. Los criterios centrales que definen estas políticas y prácticas violentas, según las educadoras Juanita Ross Epp y Ailsa M. Watkinson, son amplios pero precisos: ¿Gravan emocional, cultural, espiritual, económica o físicamente al estudiantado?¿Vulneran la dignidad de la comunidad educativa? ¿Afectan la docencia y el aprendizaje?[2]

La "violencia educativa sistémica" – en contraposición a la “violencia escolar” está siendo cada vez más estudiada, sobre todo desde políticas y prácticas que se ha comprobado promueven un clima de violencia, tales como: la pedagogía autoritaria, el castigo corporal, el hacinamiento y el alto grado de impersonalismo que prevalece en los ámbitos educativos. También, se están examinando aquellas políticas y prácticas que aparentan ser "neutrales" e inofensivas pero que conducen a discriminaciones, tales como:

§       Los sesgos eurocéntricos, etnocéntricos, políticos, religiosos, culturales, sexistas, homofóbicos y coloniales en el currículo.[3] 

§       Las políticas carentes de acomodos razonables que impiden el acceso y crecimiento de quienes no se ajusten a la "norma".

§       Los diagnósticos y categorizaciones a partir de “sellos” y “etiquetas”, que aunque hacen a los estudiantes merecedores de ayudas especializadas, les perfilan y estigmatizan como “diferentes” o “atípicos” en sentido peyorativo.

§       La formación de rasgos autoritarios y agresivos de personalidad, en lugar de una estructura democrática y pacífica de personalidad, en contextos en donde prevalecen relaciones asimétricas de inequidad e intolerancia propios de una visión patriarcal piramidal, tanto en los espacios micro como macrosociales.[4]

§       Ciertos métodos “objetivos” de evaluación que encubren las diversas subjetividades, tales como las calificaciones tradicionales; cuya filosofía, fines, validez, confiabilidad y predictibilidad de éxito, tanto en el campo profesional como en la vida, han sido puestas en tela de juicio en diversos estudios.[5]

§       Algunos métodos “rigurosos”’ de investigación, que con frecuencia constituyen actos de dominación y subordinación, a partir del “poder profesional” del investigador, en contraposición a los verdaderos protagonistas de los hechos.[6]

§       Aquello que el sociólogo francés Pierre Bourdieu[7] ha llamado “racismo de la inteligencia”, para referirse a la discriminación ocasionada por los sistemas educativos, a partir de lo que convencionalmente se mide como “inteligencia”, y que excluye el perfil expresivo distintivo que habita en cada ser humano.

§       La aplicación de “intervenciones”, a partir de “estudios de caso” tradicionales, desde perspectivas clínicas patológicas deficitarias que hacen de la experiencia un proceso deformador y excluyente por ser el estudiante “objeto” de estudio en lugar de “sujeto” de discernimiento y acción.[8]

§       La aplicación de alegados “tratamientos”, a partir de evaluaciones y diagnósticos, desde los controvertibles “estándares”’ y "normas de excelencia.[9]

§       La “mutilación” de los aprendices por los docentes cuando su discurso – en lugar de ser uno crítico, dialógico y transformador que promueva la denuncia, el cuestionamiento y la deconstrucción de discursos vigentes – es uno justificador, autoritario y hegemónico, que tiende a al discurso homogéneo y sin fisuras que perpetúa las tradicionales relaciones pedagógicas de poder y violencia.[10]

En Puerto Rico, contamos con un reto adicional: el legado de violencia colonial de cinco siglos, que nos ha dejado lo que, según el teórico de la educación Ricardo Nassif deja toda educación colonial - una pedagogía “artificial”, “mimética”, “prestada”, “dependiente” – que menosprecia todo lo propio.[11] Una pedagogía que, como bien ha señalado Arcadio Díaz-Quiñones, nos ha vuelto seres de "memoria rota”, de memoria deliberadamente negada  a través de una "política del olvido" de los "valores ocultos" de las generaciones y civilizaciones que nos precedieron.[12]

Estas políticas y prácticas han probado ser “letales”, ya que en última instancia constituyen actos de estigmatización, exclusión y violencia.[13] Como en ellas encontramos el germen de gran parte de las agresiones, motines, balaceras y masacres que presenciamos hoy en escuelas y universidades de todas partes del mundo, ciertamente deben ser un punto prioritario en nuestra agenda preventiva.

 

II. CULTURAS DE PAZ EN ACCIÓN PARA LA PREVENCIÓN: NUESTRO PUNTO DE LLEGADA

Las diversas concepciones religiosas y seculares de la paz son tan viejas como la propia institución de la guerra.[14] Desafortunadamente, este amplio y diverso legado de investigación, educación y acción por la paz ha sido relegado. Este ocultamiento, no debería sorprendernos, pues la historia siempre se ha escrito desde la perspectiva de los guerreros y los poderosos - no desde la paz.[15] Para frenar el espiral de violencias y contraviolencias, será necesario pues aprender de las huellas de este sabio legado acumulado.

Será igualmente necesario, que descifremos el laberíntico trenzado entre los conceptos violencia, paz y conflicto. Es a partir de estas nociones, que ha surgido una amplia gama de enfoques en la Educación para la Paz como campo interdisciplinario. Hoy presenciamos un crecimiento acelerado de programas de resolución de conflictos y prevención de la violencia - tales como los de universidades tan prestigiosas como Harvard, Cornell, Columbia y Princeton.[16] Otras instituciones, como la Universidad para la Paz de la ONU en Costa Rica, han concentrado sus esfuerzos curriculares en la educación en derechos humanos, las relaciones internacionales, la educación ecológica, y más recientemente, en educar para una "cultura de paz".[17] Y en escuelas de todas partes del mundo, las iniciativas educativas proliferan cada día.

Cobijados bajo el movimiento-visión "Hacia una Cultura de Paz", la UNESCO ha destacado el enorme poder ético de la llamada “sociedad civil” en la promoción transdisciplinaria de una cultura de paz que abarque las esferas de la educación, la cultura, la ciencia, la tecnología y la comunicación.[18] Con motivo de la designación del año 2000 como Año Internacional de la Cultura de Paz, un grupo de Premios Nóbel de la Paz, esbozó una Agenda para una Cultura de Paz conocida como el Manifiesto 2000, y cuyos seis ejes centrales puntualizo a continuación: (a) respetar la dignidad de todas las vidas, sin discriminación ni prejuicio; (b) rechazar la violencia en todas sus formas y manifestaciones, practicando la noviolencia activa; (c) liberar la generosidad, a fin de terminar con la exclusión, la injusticia y la opresión; (d) escuchar para comprenderse - desde la diversidad - privilegiando el diálogo; (e) preservar el planeta, mediante un consumo responsable y un crecimiento sostenible; y, (f) reinventar la solidaridad humana, en todas sus dimensiones, incluyendo la creación de nuevas formas de compartir los princi­pios de­mocráticos.

Desde inicios de la década del ‘90, la UNESCO ha dedicado tiempo y esfuerzo a la interpreta­ción con­temporánea y concreta del con­cepto cultura de paz. Y con claridad y precisión ha definido sus alcances…[19]

Edificar una cultura de paz significa modificar las actitudes, las creencias y los com­porta­mientos - desde las situaciones de la vida cotidiana hasta las negocia­ciones de alto nivel entre países - de modo que nuestra respuesta natural a los conflictos sea no violenta y que nuestras reacciones instintivas se orienten hacia la negociación y el ra­zonamiento, y no hacia la agresión.[20]

A partir del Manifiesto 2000, el cual ha sido firmado por más de 75 millones de personas alrededor del mundo, en la Cátedra UNESCO de Educación para la Paz del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, hemos deli­neado una Agenda Puerto­rriqueña para una Cultura de Paz. Al puer­torriqueñizar este mani­fiesto, hemos incorporado aspectos perti­nentes a nuestra realidad,  tales como: (a) la búsqueda de diálogo y con­senso para superar la pola­rización y el divisio­nismo que pa­decemos; (b) combatir el tribalismo, la co­rrupción y la prepo­tencia pre­sente en nues­tra po­lítica partidista y pública; (c) pro­pul­sar el plan de las cuatro D's para nuestra atropellada isla de Vieques (devolu­ción de tierras, desmilitarización, descontami­nación y desa­rrollo pleno); (d) fomen­tar el diá­logo solidario entre las "múltiples ori­llas" de nuestro archipiélago puertorri­queño; y (e) compartir iniciativas con otras enti­da­des y sectores a los fines de educar en y para una cultura de paz. De aquí, que desde nuestra mirada como portavoces de la Cátedra UNESCO de Educación para la Paz, propongamos pautas educativas como las siguientes para prevenir la violencia tales como las siguientes:

·       Abordar y confrontar nuestra trágica fascinación y adicción por la violencia. El culto a la intensidad expresiva de la fuerza ha dado margen para que idolatremos la cultura de la violencia en sus variadas formas y manifestaciones y a que se haya desenca­denado una espiral de violen­cias y contraviolencias, cuyas con­secuencias funestas presen­cia­mos día a día. Dicho alarmante fenómeno lo presenciamos en sociedades ricas como en sociedades pobres, en sociedades con tradición pacifista como en sociedades con tradición bélica, en las relaciones interpersonales como en las relaciones con la naturaleza, en generaciones ancianas y adultas como en generaciones jóvenes y niñas.[21]

·       Construir culturas de paz desde una “paz en positivo”. Nuestro accionar investigativo, educativo y comunitario nos requiere - no sólo abordar la ausencia de guerra y conflicto conocida como “paz negativa” - sino construir una paz con justicia,  y equidad estructural, que a su vez rechace todo método violento.[22] Más aún, nos exige un modelo holístico de la paz, una "paz integral", una paz democratizada, de manera que podamos... Vivir la paz como un concepto, una meta y un proceso activo, dinámico, creativo, con repercusiones directas en nuestra vida cotidiana.[23]

§       Educar para la “paz conflictual”. Como el conflicto es inherente a la paz, será necesario asumir ambos - no como opuestos, sino como complementarios. Es decir, no enmarcar los conflictos en un esquema polarizado - propio de una batalla entre "enemigos" - sino en una problemática a ser resuelta con apertura, y equidad mediante procesos de mediación, consenso y reconciliación. El que las partes en un conflicto - sea éste de naturaleza política, cultural, económica, social o interpersonal - puedan "sentarse a la misma mesa", requiere a su vez la creación de relaciones de confianza y partir de la premisa de que la manera más eficaz para resolver los conflictos entre "adversarios" o "antagonistas", es promover su cooperación para el logro de una meta de mutuo beneficio.[24]

§       Trasformar la universidad, la escuela - y toda entidad formativa - en “fuerza de paz. Según la UNESCO, nuestra tarea prioritaria es ser promotores de “la solidaridad moral e intelectual de la humanidad y de una cultura de paz construida sobre la base de un desarrollo humano sostenible, inspirado en la justicia, la equidad, la libertad, la democracia y el respeto pleno de los derechos humanos.”[25] Umberto Eco, semiólogo y novelista italiano, ha reafirmado esta tarea, proponiendo que toda entidad formativa se convierta en “fuerza de paz”, es decir, en espacio de diálogo sobre los problemas más insolubles de nuestro tiempo.[26] La UNESCO ha destacado el enorme poder ético y formativo de la sociedad civil, particularmente de los medios, en la promoción de un “espíritu de comunidad” para la creación de “zonas de paz”. En particular, apunta críticamente a la influencia de aquellos medios que ejercen un discurso de la violencia, destacando la noticia “negativa” y la difusión de programación con alto contenido violento. [27]

Edificar una cultura de paz significa modificar las actitudes, las creencias y los comporta­mientos - desde las situaciones de la vida cotidiana hasta las negocia­ciones de alto nivel entre países - de modo que nuestra respuesta natural a los conflictos sea no violenta y que nuestras reacciones instintivas se orienten hacia la negociación y el razonamiento, y no hacia la agresión.[30]

·       Educar en valores éticos. En última instancia, nos encontramos ante la urgencia creciente en la formación ética. Este desafío a su vez, nos requiere capacitarnos en la educación en valores, de manera podamos propiciar la clarificación de valores, el juicio moral autónomo, las competencias en la prevención de la violencia y una autoestima saludable en los aprendices. De igual manera, nos exige que seamos capaces de asumir el aula como espacio deliberativo para la construcción de conocimientos éticos sobre conflictos y situaciones planteadas. Ello implica tener siempre presente el por qué y el para qué de nuestro aprendizaje. Implica, como afirma Freire, desplazar la pedagogía autoritaria por una pedagogía de la pregunta; o sea, por una pedagogía problematizadora y democratizante del cuestionamiento, del atrevimiento, del disenso y de la audacia.[31]

·       Educar para una “paz integral” desde una visión de “equidad intergeneracional. La noción de "equidad intergeneracional" plantea la búsqueda de un nuevo tipo de justicia que debe promoverse junto a la solidaridad entre las razas, etnias, géneros y naciones - la equidad entre gene­raciones entrantes y gene­raciones salientes. Ello requiere la búsqueda de un nuevo tipo de justicia entre generaciones entrantes y salientes, lo que a su vez exige ubicar la juventud, la niñez y las nuevas generaciones en un lugar prioritario en toda iniciativa social.[32]

III. UNA NUEVA ÉTICA INTERGENERACIONAL: NUESTRO PUNTO DE CONTINUIDAD

La noción de equidad intergeneracional nos compromete a explícitamente edificar, a partir de un nuevo modo de pensar y sentir, un mundo menos violento y más saludable para nuestros descendientes. La noción ha sido propuesta por UNICEF como la “nueva ética para el nuevo milenio”, con la esperanza de que el llamado “progreso” o “desarrollo” de las naciones recupere su verdadero significado.[33]

Los imperativos inherentes de desarrollo sostenible y responsabilidad compartida entre generaciones sitúan a la infancia y la juventud en un lugar prioritario en toda planificación social. Más aún, comprometen al mundo adulto a edificar - a partir de un nuevo modo de sentir y pensar - un mundo menos violento y más saludable para nuestros descendientes. Esta "nueva ética", es cónsona con el movimiento mundial actual de "solidaridad moral e intelectual de la humanidad", promovido por la UNESCO. De igual manera, es consecuente con el comienzo del Decenio internacional de una cultura de paz y no violencia para las niñas y los niños del mundo de las Naciones Unidas. Y con el llamado del Consejo Mundial de Iglesias en este Decenio para Superar la Violencia (2001-2010) - afirmar que la paz es posible, que la paz es concreta, y que ya es tiempo de buscar la paz y seguirla… otorgándole a las generaciones entrantes la opción preferencial que ameritan como humanidad venidera. 

Les exhorto pues, a que hagamos nuestra esta nueva ética intergeneracional como punto de continuidad en nuestros esfuerzos conjuntos para prevenir la violencia y construir culturas de paz y calidad de vida, enmarcando nuestras iniciativas en la sabia advertencia que nos dejara Pablo Freire:

No creo en ningún esfuerzo llamado de educación para la paz que, en lugar de revelar el mundo de las injusticias lo vuelva opaco y tienda a cegar a sus víctimas.[34] 

Al hacerlo, deberemos tener también siempre presente el propósito genuino y radical que hoy afirmamos la inmensa mayoría de las educadoras y los educadores por la paz...

La Educación para la Paz no debe ser una educación para volver a la gente más pacífica, sino para volverla capaz de examinar la estructura económica y social, en cuanto estructura violenta.[35]

 


REFERENCIAS

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[1] Esta ponencia se presentó en una versión abreviada desde Princeton Theological Seminary en la videoconferencia La Educación y Prevención de Violencia en Jóvenes: Responsabilidad de Todas y Todos, auspiciada por el Centro de Prevención de Violencia en Jóvenes Hispanos del Instituto FILIUS, el 16 de septiembre de 2003. 

[2] Ross & Watkinson, 1994, xi.

[3]  Ross & Watkinson, 1994.

[4] Solano Solano, 1996.

[5] Clark, Barbara, 1992.

[6] Gitlin, 1994; Ross & Watkinson, 1994.

[7] Bourdieu, 1993.

[8] Monteath & Cooper, en Ross & Watkinson, 1994.

[9] Monteath & Cooper, en Ross & Watkinson, 1994.

[10] Prieto Castillo, Daniel, 1992; Ciriza, Alejandra y Estela Fernández, 1992.

[11] Nassif, 1993

[12] Díaz Quiñones, 1993.

[13] Monteath & Cooper, en Ross & Watkinson, 1994.

[14] Hutchinson, 1996.

[15] Lederach, 1986; Pascual Morán, 2003.

[16] PAWSS, 1990.

[17] Barahona, 1998; Brenes-Castro, 1991; UNESCO, 1996; UPAZ, 1991, 1997; Pascual Morán, 2000.

[18] UNESCO, 1995,1994.

[19] UNESCO, 2002,1998, 1997, 1996, 1995 & 1994.

[20] UNESCO, 1994, 2.

[21] Urrutia, 1996; Werthein, 1997.

[22] Hicks, 1993; Jares, 1991; Lederach, 1986.

[23] Jares, 1991, 7.

[24] Fisas, 1987; Johnson, 1995; McCollough, 1991; Ortega Pinto, 1996; Padilla, 1996; Rodríguez & Juvenal, 1988; UNESCO, 1994, 1995; Wichert, 1989.

[25] UNESCO, 1997, 39.

[26] Eco, 2002.

[27] UPAZ, 1996 & 1997.

[28] Ricoeur, 1965, 224.

[29] UNESCO, 1994, 2.

[30] UNESCO, 1994, 2.

[31] Freire, 1993, 1997ª, 1997b; Freire & Faúndez, 1986.

[32] UNICEF, 1995.

[33] UNICEF, 1995.

[34] Freire, 1986, 46.

[35]  Nicklas & Ostermann, 1979, 37.