Conferencia Universidad y (Anti)Militarismo:

Historia, Luchas y Debates

Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez

25 y 26 de enero de 2005

Panel: Militarismo y Sociedad

De una Cultura de Guerra Hacia una Cultura de Paz:

Apuntes sobre la Educación y la Desmilitarización

Anita Yudkin Suliveres, Ph.D.*

Cátedra UNESCO de Educación para la Paz

Universidad de Puerto Rico

No creo en ningún esfuerzo llamado de educación para la paz que,

en lugar de revelar el mundo de las injusticias lo vuelva opaco

 y tienda a cegar a sus víctimas.

Paulo Freire[1]

La Cultura de Guerra y Violencia

El recién finalizado Siglo XX estuvo marcado por la guerra; cientos de conflictos armados arroparon al planeta tierra  causando terrible destrucción y devastación humana.  Aunque de origen diverso -- diferencias ideológicas, étnicas, religiosas, por el control político y económico – los conflictos armados se caracterizaron por  su proliferación, un incremento en la disponibilidad de armamento de todo tipo, una creciente devastación de los recursos naturales y un aumento en el impacto destructivo de éstos sobre la población civil.[2]  Se estima que las guerras del Siglo XX, causaron, directa o indirectamente, aproximadamente 187 millones de muertes.  De un estimado 5 porciento de víctimas civiles en la Primera Guerra Mundial, esta cifra ha ido mútlplicándose y al presente se estima que 80 a 90 por ciento de los afectados seriamente por los conflictos armados, son civiles.[3]

La prevalencia de los conflictos armados, la militarización creciente de los sistemas económicos, políticos y tecnológicos, el fomento de los valores y doctrinas que alimentan la guerra, la recopilación de la historia y el conocimiento a través de la perspectiva de los guerreros y los vencedores, así como el creciente impacto y normalización de éstos sobre  la vida cotidiana de los seres humanos, ha sido denominado como la Cultura de Guerra.[4]  El militarismo es una característica prominente de la Cultura de Guerra.  Michael Klare, lo describe así:

Tendencia de los aparatos militares de una nación (fuerzas armadas, paramilitares, burocráticas y servicios secretos) en asumir un control siempre creciente sobre la vida y el comportamiento de sus ciudadanos, sea por medios militares (preparación de la guerra, adquisición de armamento, desarrollo de la industria militar), o por los valores militares (centralización de la autoridad, jerarquización, disciplina y conformismo, combatividad y xenofobia) tendiente a dominar cada vez más la cultura, la educación, la política y la economía nacional, a expensas de la institución civil.[5]

 Además de ser hijos e hijas de la Cultura de Guerra, vivimos inmersos en una Cultura de la Violencia,[6] que se manifiesta de forma directa e indirecta en diversas esferas de nuestra vida.  Vemos por ejemplo, como las relaciones interpersonales, grupales y familiares se ven marcadas por el  maltrato y abuso  de poder.  Se vive también en violencias estructurales como la marginación social y económica, el discrimen, el sexismo, la injusticia y la corrupción.  La violencia a su vez es glorificada a través de los medios de comunicación, películas y vídeojuegos que la convierten en espectáculo. Vivimos en un mundo que además globaliza la violencia por medio del trasiego de armas  y drogas.  Respiramos un clima generalizado de polarización, intolerancia y hostilidad.  Vincec Fisas, un educador español, nos explica sobre su alcance:

La cultura de la violencia es “cultura” en la medida en que a lo largo del tiempo ha sido interiorizada e inclusive sacralizada por amplios sectores de la población, a través de mitos, simbolismos, políticas, comportamientos e instituciones, y  a pesar de haber causado infinidad de muerte, dolor y sufrimiento.[7]

 Sobre el poder de la violencia de apoderarse de nuestra comprensión del mundo, convirtiéndose en una trágica fascinación,[8] el educador norteamericano David Reisman, nos alerta:

Una vez la violencia se convierte en una adicción, la personalidad cambia; los impulsos más generosos quedan reprimidos; la gente se ‘brutaliza’ y declara que la sociedad les ha hecho de esta manera.[9]

            Finalizamos pues el Siglo XX inmersos en la Cultura de Guerra y en la Cultura de la Violencia como “dos caras de una misma moneda”.  La Cultura de Guerra es por naturaleza una basada en la violencia y la imposición, mientras que la Cultura de la Violencia nos  abruma, llevándonos a pensar que los seres humanos somos inevitablemente violentos y que sólo a través de ésta podemos resolver nuestras diferencias.  La Cultura de Guerra y  de Violencia aturde nuestras percepciones y limita nuestras posibilidades de imaginar y proponer visiones alternas para el futuro. 

La Cultura de Paz

            Reconociendo la predominancia y el poder detrás de la Cultura de Guerra y Violencia diversos pensadores, educadores, científicos sociales, figuras políticas y culturales de prominencia internacional comenzaron a  plantearse la necesidad de articular un esfuerzo mundial para la  creación y promoción de una Cultura de Paz.[10]  En el año 2000, y tomando el inicio del nuevo milenio como inspiración para una nueva ética universal, un grupo de ganadores del Premio Nobel de la Paz lanzaron el Manifiesto 2000.[11]  El Manifiesto es un llamado a la conciencia de todas las personas alrededor del mundo a comprometerse con unos principios básicos para el bienestar de la humanidad: respetar todas las vidas, rechazar la violencia, liberar la generosidad, escuchar para comprenderse, preservar el planeta y reinventar la solidaridad. Al presente, sobre 75 millones de personas alrededor del mundo se han comprometido con estos principios.  El Manifiesto 2000 sirvió como punto de partida al Año Internacional para una Cultura de Paz declarado por las Naciones Unidas en el 2000, dando paso a la Década Internacional para una Cultura de Paz y Noviolencia para la Niñez del Mundo (2001-2010).[12] En ésta se reconoce que todos los esfuerzos realizados para mantener la paz, construir la paz, prevenir los conflictos, favorecer el desarme, articular el desarrollo sustentable, promover la dignidad humana y los derechos humanos, la democracia, el estado de derecho, y el buen gobierno contribuyen a la cultura de paz.[13] Persigue como objetivo fortalecer un movimiento mundial a favor de una cultura de paz invitando a los estados miembros, los medios masivos de comunicación y a la sociedad civil a actuar a favor de la paz y la noviolencia en todos los niveles, priorizando aquellos esfuerzos que atañen a la niñez y a la educación.

Varios organismos internacionales, entre los que se destacan la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y entidades de la sociedad civil como el Hague Appeal for Peace, han sido precursoras y promotoras de lo que hoy se conoce como el Movimiento Visión Hacia una Cultura de Paz. Este movimiento propone que la paz se construye en la medida en que aportamos a su consecución, superando la cultura de violencia y  guerra, tomando la educación como punto de partida y eje central. Es en este sentido que la UNESCO, señala:

Edificar una cultura de paz significa modificar las actitudes, las creencias y los comportamientos – desde las situaciones de  la vida cotidiana hasta las negociaciones de más alto nivel entre países – de modo que nuestra respuesta natural a los conflictos sea no violenta y que nuestras reacciones institivas se orienten hacia la negociación y el razonamiento, y no hacia la agresión.[14]

            Es importante destacar que este movimiento implica un cambio dramático en la responsabilidad que tenemos todos y cada uno en la construcción de la paz.  La paz no es responsabilidad únicamente de los estados y  sus representantes, sino de cada ser humano en la medida en que participa de una ética global basada en la justicia, la tolerancia y la solidaridad que reconoce que las acciones de cada persona repercuten en las posibilidades de supervivencia, acción y  sobre los derechos de los demás. Nos señala al respecto  la indígena guatemalteca, ganadora del Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú:

La paz no puede ser ni un anhelo ni sólo una discusión teórica.  Es una lucha permanente que significa acciones concretas que transformen las actuales prácticas de exclusión, intolerancia y racismo  que diariamente destruyen las relaciones entre sociedades y generaciones. Cambiar estas prácticas por otras cuyo sustento sea un conjunto de valores, actitudes y comportamientos, como sustento de la paz y la no violencia, es el reto del milienio que iniciamos.[15]

            En el Movimiento Visión Hacia una Cultura de Paz la educación es eje central en su promoción, a la vez que debe ser escenario por excelencia para pensarla, posibilitarla y construirla.  La UNESCO reconoce en la educación universitaria un espacio indispensable y privilegiado para la construcción de una cultura de paz, afirmando:

Cabe subrayar que la educación superior no es un simple nivel educativo.  En este peculiar período signado por la presencia de una cultura de guerra, debe ser la principal promotora en nuestras sociedades de la solidaridad moral e intelectual de la humanidad y de una cultura de paz construida sobre la base del desarrollo humano sostenible, inspirado en la justicia, la equidad, la libertad, la democracia y el respeto pleno de los derechos humanos.[16]

           

Militarización Post 11 de septiembre

            Como hemos descrito, el inicio del nuevo milenio parecía ser un buen comienzo para la paz y prometía unos espacios de trabajo y edificación sin precedentes.  Sin embargo, el ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York y la respuesta bélica seguida por los Estados Unidos han cambiado el mundo mientras se transmite “en vivo y a todo color” frente a nuestros ojos.  La cultura de guerra articula la política exterior de Estados Unidos como fuerza “todo poderosa” en el mundo, impacta su política interna, permea decisiones importantes referentes a la educación, y se convierte en una nube que ensombrece las diferencias entre la realidad y la fantasía, la guerra y la paz, la libertad y la sumisión, el desarrollo económico y la privatización, la justicia y la venganza, la vida y la muerte.[17] En este contexto, la guerra declarada por los Estados Unidos en Irak, no parece tener fin ni en tiempo, utilización de recursos, ni víctimas.  Recientemente leí una nota que se proyectaba en la parte inferior del noticiario de CNN, indicando que hay desplegados sobre 150,000 soldados norteamericanos a un costo de un billón de dolares semanales.[18] Profesionales de la salud, incluyendo al Dr. Garfield quien nos acompaña en esta Conferencia, han estimado en más de 100,000 las víctimas civiles de este conflicto.[19]

            La cultura de guerra que caracteriza a la sociedad norteamericana “post 11 de  septiembre” ha propiciado lo que el educador crítico Henry Giroux llama “tiempo de emergencia”.[20] De acuerdo a Giroux, el tiempo de emergencia se  caracteriza por un sentido de urgencia y de lealtad incuestionable a las políticas gubernamentales domésticas e internacionales incluyendo la pérdida de derechos y libertades, de acceso a  servicios  educativos  y  de  salud.    El  tiempo  de  emergencia   también se caracteriza por la despolitización de lo social, un  nacionalismo beligerante, la militarización y corporatización del espacio público, un llamado al orden, al silencio y la complicidad; todo basado en la cultura del miedo y de la inseguridad. Es en este contexto que Giroux hace un llamado urgente a los educadores a trabajar por lo que él llama “tiempo público”.  Aboga por la creación de espacios públicos de denuncia, debate y acción para la democratización. Lo describe así:

En lugar de mantener una actitud pasiva  hacia el poder, el tiempo público exige  y  alienta  formas  de  participación  política  basadas  en  una  pasión  para  acciones  autodirigidas,  informadas  por  un  juicio  crítico  y  el  compromiso  de  vincular  la  responsabilidad  social  y  la  transformación  social.    El  tiempo  público  legitima  esas  prácticas  pedagógicas  que  proveen  la  base  para  una  cultura  de  cuestionamiento,  una que  provee  el  conocimiento,  las  destrezas  y  las  prácticas  sociales  que  promueven  oportunidades de resistencia, un espacio de  traducción y la proliferación de los discursos.  . . . El tiempo público provee una concepción  de la democracia que nunca está completa  y  determinada  y  que  está  constantemente abierta  a  diversos  entendimientos  de  las  implicaciones de sus decisiones, mecanismos  de exclusión y operaciones de poder.[21]

Educar para la Paz en tiempos de guerra

            Es precisamente en tiempos de guerra que se hace más urgente aportar a crear espacios públicos para la educación y educar para la paz.  Se requiere retomar la posibilidad de movernos hacia una cultura de paz como acción humanizante.  En la educación para la paz, se parte de una concepción positiva de la paz,[22]  que más allá de la ausencia de guerra (paz negativa), entiende la paz como un proceso  social, activo y multidimensional, que asume el conflicto  como base para el diálogo y el cambio, mientras se trabaja para reducir la violencia en todas sus manifestaciones y la obtención de mayor justicia y equidad.  Requiere un compromiso con la reflexión, la investigación y la acción noviolenta para la transformación.[23]

            Una de las áreas de trabajo en el campo de la educación para la paz, y la que tiene mayor relevancia al tema de este Congreso, es la educación sobre y para el desarme.[24]  El  educador norteamericano John Lederach,[25] señala que más allá de atender el desarme de una manera limitada concentrándose en la reducción de armamento, éste debe entenderse de una manera amplia  que requiere la comprensión del fenómeno de la guerra y el  militarismo  para  combatirlos  y  proponer  visiones  alternas.  Desde esta perspectiva amplia del desarme, Lederach señala  que la educación para la paz tiene la responsabilidad de facilitar  que entendamos la dinámica y evolución contemporánea de la  guerra, sus consecuencias y beneficiarios, así como el sistema  económico y político que ésta supone; entendiéndola como un  sistema de valores que es cuestionable, confrontable y evitable.  En este sentido se ha señalado:

La cultura de paz no puede construirse durante  la carrera armamentista y la militarización  de las sociedades que inevitablemente genera  imágenes del enemigo, sospechas y amenazas.   Por lo tanto el desarme y la desmilitarización  son  condiciones  sine  qua  non.    Una  paz  positiva asume no sólo la ausencia de la guerra  sino también la ausencia de los instrumentos  e instituciones de la guerra.[26]

Desde la educación para la paz y el desarme se trabaja para “desarmar el pensamiento”[27] y “desarmar la historia”.[28] Se educa sobre la guerra para entenderla y abolirla, no se prepara para ella.

            Para finalizar tomo prestadas unas palabras de Vincenc Fisas:

Es evidente que el ideal de un planeta en paz no significa sólo un mundo sin ejércitos y en el que las guerras hayan dejado de tener sentido, sino también un  mundo donde reina la justicia social y el equilibrio con la naturaleza, y donde son satisfechas las necesidades básicas de los seres humanos sin excepción.  Pero es igualmente cierto que esta idea de paz no podrá jamás desarrollarse mientras el mundo esté encadenado a una dinámicas armamentistas que impiden mirar y tratar los conflictos de manera diferente al habitual, y lo hacen mediante las armas, la amenaza y la destrucción.  El desarme, ciertamente no es condición suficiente para acercarnos a la paz, pero es un requisito imprescindible . . . para desvincularnos de la cultura de la violencia.[29]



* Anita Yudkin Suliveres es Catedrática en el Departamento de Fundamentos, Facultad de Educación, Universidad de Puerto Rico.  Es Coordinadora de la Cátedra UNESCO de Educación para la Paz del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.

[1] Citado en Jares, X. (1999). Educación para la paz: Su teoría y su práctica (2nda ed.) Madrid: Editorial Popular, p.7.

[2] Sobre este tema, véase por ejemplo: Hobsbawm, E. (2002, February). War and peace in the  20th Century. London Review of Books, 24(4), 16-18; Machel, G. (2001). The impact of war on children. New York: Palgrave; Lanier-Graham, S. (1993). The ecology of war. Walker &Co.

[3]  Rivera Pagán, L.  (2005). Entre el terror y la esperanza: Apuntes sobre la religión, la guerra y la paz. Conferencia Magistral Cátedra UNESCO de Educación para la Paz 2003-2004. San Juan, Puerto Rico: Cátedra UNESCO de Educación para la Paz, Universidad de Puerto Rico. 

[4] Véase: Fisas, V. (2002). La paz es posible. Barcelona: Intermón/Oxfam; From a Culture of Violence to a Culture of Peace (1996). Paris: UNESCO Publishing; Lederach, J.P. (2000). El abecé de la paz y los conflictos. Madrid: Libros de la Catarata.  Méndez, J.L. (2002). La cultura de guerra; un legado de la barbarie, Ponencia presentada en el panel  Ante la violencia de cada día… alternativas para construir la paz auspiciado por la Cátedra UNESCO de Educación para la Paz de la Universidad de Puerto Rico.  Disponible en: http://unescopaz.rrp.upr.edu.

[5] Citado en Lederach, J.P. (2000) El abecé de la paz y los conflictos, p.124.

[6] Véase Fisas, V. (2002) La paz es posible; From a culture of violence to a culture of peace.

[7] Fisas, V. La paz es posible, p.60.

[8] Véase Pascual Morán, A. (2001).  Investigación, educación y acción noviolenta: La única vía hacia una cultura de paz. Ponencia presentada en el Sexto Congreso Puertorriqueño de Investigación en la Educación, Facultad de Educación, Universidad de Puerto Rico.  Disponible  en http://unescopaz.rrp.upr.edu.

[9] Reisman, D. (1970) Introduction. In Sharp, G. (1970) Exploring nonviolent alternatives (ix-xiv)  Boston, MA: Extending Horizons Book, p.x.

[10] Véase: Banda, A. (2002) La cultura de paz. Barcelona: Intermón/Oxfam; Boulding, E. (2000). Cultures of Peace: The hidden side of history. New York: Syracuse University Press;  From a culture of violence to a culture of peace;  UNESCO and a culture of peace (1997) Paris: UNESCO Publishing; Urrutia, E. (1996). La cultura de paz. Serie de textos básicos #6. Programa Cultura de Paz y Democracia en América Central. San José, Costa Rica: Universidad para la Paz.

[11] Manifiesto 2000, disponible en http://www3.unesco.org/manifesto2000/default.asp.

[12] Véase http://www.unesco.org/iycp.

[13] United Nations (2002, November 27).  Resolution Adopted by the General Assembly for the International Decade for a Culture of Peace and No Violence for Children of the World, 2001-2010 (A/RES/57/6). 

[14] UNESCO (1994). Informe Anual: Primera reunión de consulta sobre el Programa Cultura de Paz, Paris: UNESCO, p.2

[15] Menchú Tum, R. (2002).  Hacia una cultura de paz.  México: Editorial Lumen.

[16] UNESCO (1997) Hacia una nueva educación superior. Caracas, Venezuela: Ediciones CRESALC/UNESCO, p. 39.

[17] Amnistía Internacional (2004). Informe Anual 2004. Madrid: EDAI;  Méndez, J.L. (2002) La cultura de guerra; Ramonet, I. (2004, 15 de abril). El nuevo orden mundial. Conferencia Cátedra UNESCO de Educación para la Paz, Universidad de Puerto Rico, diponible en http:unescopaz.rrp.upr.edu. Saltman, K.J. & Gabbard, D. A. (Eds.) Education as enforcement: The militarization and corporatization of schools. London: Routledge Falmer; Roy, A. (2001) War is peace.  In The power of  nonviolence: Writings by advocates of peace (pp.182-192).  Boston: Beacon Press; Zinn, H. (2001) Introduction: Retaliation. In The power of  nonviolence: Writings by advocates of peace (pp.vii-x). Boston: Beacon Press.

[18] CNN News (2005, January 21).  Véase también la página cibernética http://www.costofwar.com.

[19] Roberts, L., Lofta, R., Garfiled, R., Khudhairi, J. & Burham, G. (2004, October 29) Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq: Cluster sample survey, The Lancet. Publishe online at http://image.thelancet.com/extras/04art10342web.pdf. También reseñado por Reuters (2004, October 28).  Civilian death toll in Iraq exceeds 100,000.  Obtenido en http://www.reuters.co.uk/printerFriendlyPopup.jhtml?type=topNews&storyID=611480.

[20] Giroux, H. (2003). Democracy, schooling, and the culture of fear after September 11.  In Saltman, K.J & Gabbard, D. A. (Eds.) Education as enforcement: The militarization and corporatization of schools (pp.ix-xxiv). London: Routledge Falmer.

[21] Giroux (2003). Democracy, schooling and the culture of fear…, p. xiii.

[22] Véase: Jares, X. (1999). Educación para la paz;  Lederach, J.P. (2000). El abecé de la paz y los conflictos;  Seminario de Educación para la Paz (1994). Educar para la paz: Una propuesta posible. Madrid: Libros de la Catarata.

[23] Pascual Morán, A. (2003). Acción civil noviolenta; Fuerza de espíritu, fuerza de paz. San Juan: Publicaciones Puertorriqueñas; Pascual Morán, A. (2001) Investigación, educación y acción noviolenta.

[24] Fisas, V. (2002) La paz es posible; Haaverlsrud, M. (2004) Target: Disarmament education. Journal of Peace Education, 1(1), 37-57; Hicks, D. (1988) Educación para la paz. Madrid: Ediciones Morata; Jares, X. (1999) Educación para la paz; Lederach, J.P. (2000) El abecé de la paz y los conflictos.

[25] Lederach, J.P. (2000) El abecé de la paz y los conflictos.

[26] Symonides, J. & Sing, K. (1996). Constructing a culture of peace: Challenges and perspectives – an introductory note. In From a culture of violence to a culture of peace (pp.9-30), p. 15-16.

[27] Fisas, V. (2002). La paz es posible, p.141.

[28] Mayor Zaragoza, F. Citado en UNESCO and a culture of peace (1995), p.33,

[29] Fisas, V. (2002) La paz es posible, p. 141.